domingo, 22 de febrero de 2015

A Don Juan.

Han pasado meses, apenas le escribo a papá, me ha tomado más tiempo escribirle que empezar a llorarle... había que llorarle mucho para comenzar a escribirle:

Unos textos a Don Juan,

Me tomó meses llorarte, un día exploté en el sofá de una casa
que no era mía, una muy parecida a la nuestra por las noches.
No le había dicho a nadie que llorar por ti era difícil
pensando en los papeles del seguro o el banco.

Generalmente pensaba que cuando te fueras así sería:
que yo tendría que ocuparme de tus papeles y las deudas
y que, como los grandes, sabría que tu muerte era una posibilidad;
así lo fue: ayudé a mamá en cada papeleo, en cada firma.

Sabía también que era una posibilidad, que te irías... de pronto,
que estabas enfermo y que era inevitable, el cuerpo viviendo se muere,
pero yo me había ido, me fui lejos por las peores razones,
tres que recuerdo; la primera que seguro perdonarías:

saber más que tú, para que tus ojos no me vieran
como lo que pude haber sido, para que no me pensaras idiota,
aprenderlo todo, lo que fuera, y regresar a contarte,
como nuestro último diciembre, desayunando en el patio.

Me preguntaste todo y mis respuestas estaban llenas de pasión,
bebí café contigo debajo del granado y hablamos por meses en un día,
estabas contento, lo vi, y yo lo estaba, esperaba el domingo de toros
antes de tomar el avión de regreso.

Mis otras dos razones, olvidar a una mujer en la que ya no pienso,
y ayudar a otra con el corazón deshecho, par de insulsas que de nada valieron.
Pronto entendí que no eran razones suficientes, no para irse,
no estando tú tan enfermo y tan solo. Luego yo tan solo.

No me culpo de tu muerte porque no podía salvarte,
me culpo por dejarte un ciclo entero, sin besarte.
Me fui pensando que aguantarías cien años,
sin imaginar los daños que te dejarían estar solo.

No debí tomar ese avión aquel diciembre cuando, bajo el granado,
te despediste diciendo que era el fin de nuestros encuentros,
cuando dijiste que no llegarías al final del año; no lo creí,
debí quedarme, dejarlo todo, estar allá de nuevo.

Que me cuidara, me pediste, que estudiara, que estabas orgulloso,
y por segunda vez en toda mi vida te vi llorar, supe que me amabas,
que habías hecho lo que pudiste y dios sabe que lo hiciste
y yo sé que lo hiciste y mamá lo sabe aunque no la convenciste.

Me pediste volviera en el verano, ya lo sabías, infeliz sabelotodo,
quién fuera tú que hasta el día de tu propia muerte elegiste,
volví y te encontré en el sillón de un hospital, casi vestido;
sentí tu frío y tu cansancio, y detrás vi en tu rostro alivio.

Hablamos veinte y tres minutos, te tapé, acomodé tus calcetas
y sobé tus pies, te pedí que te cuidaras y me fui a casa... te dejé otra vez,
al día siguiente mamá encargó tu rasuradora, querías verte bien,
llegué a las once, me tocaba cuidarte todo el día; tenía tanto que contarte.

Llegué y estabas muy lejos, tus ojos entre abiertos no miraban,
te escuchaba respirar a golpes, el viento se te quedaba frente al rostro,
te juro que toqué tu brazo todo el tiempo y tomé tu pulso cada cinco,
de pronto te me fuiste y te llamé, volteaste y de nuevo vi tu alivio.

Ya no te escuché hablar, sólo el día anterior, antes de conectarte a un aparato,
nos dijiste a mamá y a mí lo último que te escuché decir:
“Las reglas son para romperse” pero también los corazones
y te juro, Juan, que el mío no estaba para romperse de nuevo.

El doctor, un canalla, me hizo la peor pregunta
que se resume en si quería dejarte morir o dejarte sufrir,
así que me quedé con el sufrimiento yo y tu te fuiste a tu cielo
sin mi y sin dejarme decirte que los ojos de mi alma lloraban por la tuya.

Pensaba que me esperaste porque era yo quien debía estar ahí,
quien debía verlo y no los otros que no te vieron en vida como yo.
Mis hermanos no debían, porque no te conocían lo que yo,
no les dijiste lo que a mí. Porque tú eras el malo de sus días.

Pero pienso que me esperaste para que supiera, irremediablemente,
que siempre serías mejor que yo, que incluso tu muerte era tuya
y mi vida no era de nadie... me esperaste para aplastar lo que creí,
para ganarme para siempre y joderme como nunca.

Pienso, que querías decirme que aunque yo te dejé tu último año
por huir como un cobarde de mis males,
tú soportaste los tuyos unos días más para verme, y, así,
en cada caso eras mejor que yo, más hombre, más tú.

La peor lección que a un tipo mimado como yo le puedes dar
es mostrarle que no es lo que se cree, que no vale lo que piensa,
me dejaste sin ti, sin nombre, sin fuerza, y el orgullo, ese que me diste,
lo dejaste en un montón de papeles que no he escrito y no sé si escribiré.


me enseñaste a mentirle a las mujeres
a darles el amor a cuenta gotas,
después dar el honor que está en mis botas.
Volver a comenzar esos deberes,

fue mi vida gozar los menesteres
que arrojaste cual lluvia a las capotas
y sólo, como cuando caes y explotas,
de la mano se fueron los saberes.

La tragedia en que ahora me dejaste,
que en venganza también me abandonaste,
es esa, por la que dormir no puedo

le debo tantas horas a mi sueño
que toda noche tu moral desdeño
aunque, con ella, todo te concedo.


perdón por dejarte,
no imagino ese último año
con tu voz desesperadamente sola,
tu alma moviéndose en sí misma
disculpándome a cada sonar
de la respiración.

Nadie dirá que fuiste el mejor hombre,
ni siquiera yo, hace meses que moriste
y apenas te escribo porque, imagino,
que lo voy entendiendo, no tu muerte
--esa la entendí el mismo día, yo la vi--
sino tus modos, esos con los que, creo,
me-nos edificaste.

Yo no le digo a nadie, pero sé, que cuando
el aliento dejó tu cuerpo pensaste en nosotros,
y seguramente te maldijiste
porque no te convencimos,
porque no fuimos como tú,
yo intenté.
Intenté.

A menudo dicen que estoy bien que me veo bien.
Aún ahora, no me perdono ni un poquito,
haber usado verde el día de tu muerte,
haber traído arete, no haberme rasurado,
haber tenido que decirle así al resto de la familia
que habías muerto, que lo vi, que lo sentí
y el doctor movió sus manos en forma
terminal antes de ponerlas en mis hombros.

Me encontraron sentado en un pilar amarillo
fuera de la clínica, uno y otro, los dos mayores,
se pararon junto a mí y con el sol en contra,
y otros males, dije: Se murió.
Inmediatamente tomaron sus teléfonos
me dejaron solo, lo merecía, era un pago,
ni debería reprocharlo,
pero te acababa de ver irte de tu cuerpo
y, estoy seguro, de que estaba a punto de salir del mío.


No es que no soporte tu muerte,
es que, todos los días,
cuando me alisto y miro mi reflejo
antes de salir de casa
estoy seguro que, más que verme a mí,
te veo a ti.

Y me mata.


jueves, 20 de noviembre de 2014

Endecasílabos a la quimera.

Carta en endecasílabos.  
Sobre la amistad y tres cosas más... no sé bien cuáles.

A la quimera,

 I

¿Qué te digo, amiga, de todo esto?
si te escribo solo, arrepentido,
aunque no sea mi culpa, soy honesto,
he sido lo que soy desde nacido.

Bien, poco a poco he perdido a los nuestros;
en principio por ser yo y no otra cosa:
tal edificación del ego majestuosa
que abandonó el fondo por los metros,

después mi olvido estético del todo
por la sonrisa dulce de cualquiera,
quién viera que no soy de otro modo
ni en encamado abrazo con quien quiera.

Éramos más de cinco, una mancha,
tonto el resto a nosotros diferente;
el mundo que no cambia pero ensancha
nos golpeó hasta llevarnos a la gente.

Amiga, no es que escriba conmovido:
pinto las paredes desde dentro,
imito y recito al yo del pasado:
triste perdió la mano de su cetro.

Ciento y tantas, para no ser exactos,
han tocado la piel de mis despojos
y otras tantas negado tales actos
por miedo en el cielo de sus ojos.

Dejé Tijuana por cosas del alma,
familia, a ti y al mago de muerte;
pensaba que lejos, en la calma,
el príncipe conquistaría la suerte.

II

No vine solo, aun nadie me empujó,
me arrastró un poco esa clemencia pura,
que jura que conmigo se enojó
robando al whisky su última dulzura.

No diré, pero si a la magna ves,
que habla mal de mí con aliento fiero,
escúchale hasta el final sin revés,
y tal vez después dile que la quiero.

De la otra que se fue sin avisar,
ya no es fuga en el sol del pensamiento
ni tormento que me hace regresar,
habla el corazón, juro que no miento.

Hoy trato de entender el imperfecto
en esas frases que hablan de los muertos;
los vivos han perdido en mí ese efecto
de parecer del todo hombres expertos.

III

Eres de esos pocos que se han quedado,
tras el choque del bergantín mundano,
tú y el mago de pelo enamorado
que no han visto en mis toros nada vano.

Arrebato, es cierto, aquellos tesoros
que el viento y sus talentos dieron gracia
para vivir en vida de los otros,
y compartir la dicha y la desgracia.

Pero te cuento y juro, mujer multiforme
a esta silueta Trágica le rezo,
que cada beso en lo que soy transforme
ahuyente el drama gris del Otto e Mezzo.

En cuanto a ti, la Esfinge, imaginaba
que en los brazos fuertes de un hermano eras
el torrente femenino que él deseaba 
tras romperle su dolor con tus caderas.

La vida es cosa cruel para los hombres,
somos una cuenta de mil errores
nacidos por el amor a los nombres 
y el respeto tortuoso a los temores.

Se buena y disculpa su vago encanto,
no todos domamos a las serpientes,
ni leemos de las sirenas su canto
y menos afilamos nuestros dientes.

IV

No hubo piedad para el verano triste,
la tuviste con los pies en la arena
ni las mujeres tuvieron, lo viste,
pero no huiste al reencarnar mi pena.

La condena, para mí, un sinsentido,
para ti no saber qué es lo que sigue;
las estrellas, luces de fuego herido,
evitan que tu noche se fatigue.



...


Me despido sabiendo que estarás
si el deseo de recibir a un amigo
ya venció ese dolor que sanarás
y lo bebes en el Nelson conmigo.

martes, 11 de noviembre de 2014

Cuarenta y tantos.


Cualquiera que me lea sabe que no persigo estos temas, que no los veo, no los creo...
Pero, supongo, que no hay nada que haga más posible la mentira que la omisión. Como todos lo que creen que hacen: nada hago, pero canto a mi manera no lo triste del acto sino lo mal que hacemos las cosas al respecto.


Cuarenta y tantos.

Finitos cuerpos perdidos, sin vida,
a fuego corto llevados a la muerte,
brisa de noche con piel escondida
luz de ojos cansados que tratan verte.

Difícil quererte tan invadida;
triste tu suerte de tierra fuerte
presa y corrupta con la fe perdida,
diminuta el alma, el cuerpo inerte.

Cuarenta y tantos. Y yo, casi vivo,
por alguna razón la muerte esquivo.
Qué suerte de los desaparecidos;

que su lucha cruel no marchan en vano,
que no ven el fuego  tras los suspiros
ni se esconden bajo tinta en su mano.

#43 

sábado, 5 de abril de 2014

Lluvia del yo. Lo que se es.

Enumerar las cosas que  haces, que eres, no dice nada a la pregunta  ¿Qué putas hago?  La lista de cosas que no puedo hacer ofrece una buena respuesta pero igual de incompleta, lo ideal  es juntar en una larga enumeración todas las cosas que eres con las que eres incapaz de hacer; esta cosa del todo y nada o de lo posible y lo probable.
Yo, por ejemplo: Soy un imbécil, de entrada, y todo lo que hago es un esfuerzo inmenso por no parecerlo, no lo logro. Tengo 27, bebo diario pero no puedo ser un alcohólico porque al tiempo soy más o menos responsable, están a punto de publicarme un artículo más o menos filosófico en una revista y creo que hasta mi foto pondrán. Estudio para no enfermarme, ahora a los clásicos y me enfermo aún así irremediablemente.  No puedo llevar una relación satisfactoria por un lastre emocional del cual no quiero-puedo  despegarme del todo y  escribo para mí como a los 15 para no sentir que hablo solo. Tengo suerte en dos o tres cosas y las chicas a veces se aparecen con una sonrisa coqueta debajo de la nariz y una vertical debajo de la cintura: ambas encantadoras. 
Vivo con mi mejor amiga y dos postadolescentes que no son lo que yo era a su edad pero seguramente son mejores.  No puedo evitar hablarles como papá pero no tengo calidad moral para hacerlo. Uso sombreros casi todo el tiempo porque no puedo exponerme al sol. Vivo en una ciudad que desconozco y me trata mal y yo quiero estar en ella, es como cualquier mujer mandona. Peleo por el teléfono con mi ex casi todas las noches porque no se explica que no le haya  rogado más. Yo le escribí un soneto diario durante 3 meses y me metí con 16 para olvidarla. Como dije hay cosas que no puedo hacer ni haciendo las que puedo.
Los lentes que uso ya no me sirven, ni unos ni otros, con unos ya veo borroso y con los otros sólo no veo.  Debería estar haciendo una investigación sobre Augusto pero prefiero escribir sobre la nada mientras bebo. Me cortaron la lengua hace unas semanas y me siento igual, me sacarán unas muelas pronto y seguro seguiré siendo lo que soy. Nunca recuerdo si Tomás cree que los accidentes modifican la esencia, no recuerdo si Agustín lo mencionó alguna vez. Ya no cito autores griegos porque entiendo que leerlos en español es una pérdida de tiempo así que aprendo griego antiguo por pasatiempo y disciplina.
Admiro a mis profesores por lo que son más que por lo que saben y admiro a mis padres por lo que han dado que por lo que darán... y es todo lo que diré sobre figuras de autoridad.
Me toma 32 minutos hacerme el bigote y generalmente queda chueco, toco guitarra con David para sentirme músico aunque no pueda alcanzar notas con mis dedos que sólo sirven para dos cosas.  Me paro frente a Bellas Artes cada que puedo porque  tiene un “yo no sé qué”. Cuando hago las compras pienso en mamá e inmediatamente después  le escribo una carta que no puedo enviar. Evito llorar con películas tristes y me enamoro de los árboles que son más bellos que una flauta transversal. Pienso en la antípoda respecto a la música cada que veo mis pies y no paro de pensar que puede explicarlo todo.
Escribo porque creo que me leen...
Soy un imbécil, es cierto, y miento cada 12 minutos según las últimas estadísticas. Hago sonreír a alguna no sé bien porqué.  De las cosas que hago y las que no puedo aún juntas no responden satisfactoriamente a nada de las preguntas que pueda hacerme. Soy viejo para tener dudas existenciales y joven para responderlas.  Mejor me olvido de mí siendo otra cosa, la que los reflejos me dicten según el caso. Los ojos del cielo no ven sino al mar y acá no existe. El viento es un juguete que los dioses no regalan a cualquiera.

 Si tuviera que elegir lo de antes o lo de ahora seguro no me quedaría con nada, todo es sustituible cuando te quitas de la sobriedad. Es como escribir por encargo o por amor, ambas cosas eres y sólo una al tiempo. Ojalá fuera todas ahora y ninguna para no ponerle nombre a las imágenes que desdibujan el tiempo. 

miércoles, 28 de agosto de 2013

Ignis.


Ya no escribía porque no había nada que quemar,  los inciensos sin sentido son masturbaciones del alma,  insultos a la memoria, memoria  de un humo espiral que decora los templos cuando se vacían de dios. Los ojos terminan en el suelo. 

El sol  tras las nubes, encima de ellas, dentro.

Las gotas de lluvia son piedras de débil cristal que cortan el suelo cuando mueren. Lo poco que soy a través de una ventana; la calma de la muerte, la cama sujetada al suelo para no volar por las noches sin sueños.
El humo espiral colándose para teñir de cobre las paredes blancas, elegir los huecos o hacerlos sin preguntar si debiera. La cortina que se parece al velo de maya, nube artificial debajo de la luz, que se queme, como todo lo otro se ha de quemar bajo las pestañas del gigante ojos de fuego.

El amor es un empaque naranja que rompen los valientes ignorantes. Metálico por dentro... vacío... como todas las cosas se vacían inversamente.  Es el viento descarado. La muestra de un perfume.

Tenía en sus manos el fuego.

Todos lo regalan, lo visten para que sea humano, le regaló el fuego para que hiciera lo que los valientes, no todos son tontos para ser valientes.

El fuego elige, como los truenos a las nubes y la sangre hierve según el alma, incendia según la fuerza. Mira desde lejos la ciudad hecha polvo luego de su viaje.

El canto se ondula y los colores se avivan  como luz.  El tiempo es un adorno que esclaviza la esencia como la puerta de siete sellos que es empujada rítmicamente sin abrirse como para dar vida a cada pálpito forzado por la natura.

A veces, cuando los vientos golpean y los árboles caen bajo la lluvia, se debe hacer un sacrificio con el fuego que todo  lo ha iniciado. Ser inicio, ser caos también. Los pasos que dejan marca no son los que se ven con los siglos como la voluntad de los dioses cómo símbolos de la virtud. Son en todo caso los culpables de la debilidad del fuego ahora.

Las gotas de lluvia, esas que humedecen los pastos y enfrían las cabezas son el fuego, como los huecos en la pared blanca, como el vaso esperando romperse y el agua tomando su forma al romperse también.  A veces ya no escribo para no quemar lo poco que queda acá,  pero escribir es un suicidio de fuego que purifica. 
Escribir es lo de menos, morir para no pensar en el fuego regalado apagado con tibieza. Las nubes que tapan-soportan-esconden al sol son rostros de esclavos. El fuego abandona y con su misma bondad castiga.  

Somos el dios de un dios y el amor es un empaque naranja y los ojos no ven ni lloran, todo  se mueve con el fuego como espíritu. 



Se debe escribir para generar el fuego una vez que se ha regalado.

viernes, 14 de diciembre de 2012

A quien corresponda


A quien corresponda,

Por las noches porque duermo y la cabeza se me muere, porque ya ni para soñar me sirve. No  me culpes,   me hicieron leer  demasiado como para que mi cerebro funcione sin ayuda externa. Trato de recuperar mis pensamientos porque al final son más efectivos que el cuerpo. Verás, el amor y la lectura son ambas contaminaciones del alma,  te la acaban pues. No digo estas cosas para disculpar mi estupidez, juro que intento exhibirla lo más que puedo porque de alguna manera han de identificarme. Lo que digo es que por las noches si pienso me duermo, de pronto ya no estoy así que se pasa y ya. La cosa es que es dificilísimo sobrevivir las mañanas, porque se sabe que  hay que durar todo el día de pie, además   hay mucho tiempo que sirve para pensar en absolutamente nada. Las horas libres, la hora de comer, el camino al trabajo o la casa, mientras escuchas a alguien el cual su plática te importa un carajo. En fin, escuchas, esperas, caminas, lees y todo eso te hace pensar en la medida del cielo, en el sentido de la música, en el color de las cosas, en el vacío, en lo oculto, en el amor y en las 7 formas de morir dentro del cuerpo mismo.      
Es imposible, la razón es que uno acostumbra muy fácilmente a las cosas buenas, a la buena comida, a la buena bebida, a la buena música y sobre todo a la buena compañía; todas estas cosas no se pueden dejar de pronto, es imposible pasar del Daniels a los tragos amargos que entran y salen amarillos del cuerpo. Pero es que al principio el entendimiento no alcanza... por lo menos no a mí pero, como dije, a mí la cabeza me sirve de poco y ésta es la prueba; aún después de saber no acabo de entenderlo y me esfuerzo porque lo hago hasta para respirar y aún así no llego a comprender. Pero capto la forma aunque el fondo se cuelgue de mis pestañas y se tambalee como  burlándose, como riéndose con la risa que  le enseña la costumbre, la  propia. El entendimiento es un maldito, es una enfermedad no contagiosa.
Justo ayer estaba pensando si las razones por las que uno actúa o deja de actuar en realidad son tan importantes, en decir, si lo que uno dice cuando lo dice o hace cuando le toca vale la pena lo suficiente para mostrar el alma (o anomalía) que a uno le corresponde. Yo no soy lo que hago y con trabajos soy lo que digo o escribo, los crucigramas, la voz que se entrecorta y los retruécanos que llenan los ripios que pongo para no enfermarme, como siempre, de nada valen. Es necesario medir el desperdicio por medio del tiempo que, aunque ilusión, lo dejamos ir como agua entre los dedos, somos lo que edificamos para los otros, así que no soy nada, después de haberlo construido todo para que tus ojos  lo vieran crecer y morir antes de lo pensado.  Yo pienso de esa manera porque en primavera me vuelvo un poco lento y a veces no se me quita hasta el otoño, para las épocas navideñas estoy lo suficientemente acabado como para festejar.  Por suerte esos días no tienen mañanas, son largas noches frías para dormir luego de beber. Así que no me asusto, quizá  lo digo con más fe que los rezos que te escuchaba; pero pienso que los días oscuros en los que el otoño se convierte en el hielo que inicia el ciclo de un nuevo dolor han de venir ya sin la desesperanza de soportar las horas de un día nuevo pensando en lo terrible que es no ser quien calle la gota que cae del lado derecho de la cama que te carga al dormir...
La mosca que maté en la cocina por la mañana fue la misma que durmió bajo tus manos por la noche. Así es como pasa por las mañanas el pensamiento; como un periódico que golpea la frente hasta caer dormido muchas horas después.
Como dije: acá por las noches no, pero por las mañanas no hay manera de evitarlo. Por las noches porque duermo y olvido, pero las mañanas son largas y huelen a espacios vacíos.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

No despiertes, Aurora.


No despiertes,  Aurora, si despiertas moriré yo de no verte dormir. Si no te beso, Aurora, es porque no merezco ser yo quien te despierte ni quien creas que merece la mitad de tu vida a su lado.
Aurora, si  despiertas y soy yo a quien ven primero tus ojos convéncelos de que no han visto nada y vuelve a dormir.  Las marcas más personales de una vida se pierden, Aurora, no soy lo que fui y no puedo llegar a ser lo que no he sido.
Estoy cansado, soy como un niño temeroso que se esconde en la oscuridad de tus sábanas. De qué color serán, Aurora, tus ojos al abrirse tus párpados desmaquillados y relajados  ¿serán oscuros o claros, Aurora?
Dormida no me escuchas, estás escondida en tu cuerpo ¿Dónde más podrías esconderte de los otros, Aurora, si no en tu cuerpo mismo? No te escondas de todos, Aurora, pero sí de mí que nada valgo y poco tengo. No me culpes si pensabas que era yo quien te mostraría la mañana pero es que te he amado tanto esta noche, Aurora, que quizá ya no valga el amor que me queda para dártelo cuando te despierte con el último beso nocturno.  
No había visto, quién sabe desde cuándo, que los ojos cerrados también se colorean desde adentro cuando las pestañas sellan el alma de los ángeles. Si sellas tu alma para siempre, Aurora, y me das tu respiración callada para vivir del mismo viento quizá estar a tus pies sea el cielo mismo de nosotros los que no sabemos más que verte y verte dormir.
Si te esconderás para siempre en tu cuerpo y dejas que el mío se recueste como ahora al lado, por favor no despiertes mientras duermo, Aurora,  o simplemente no despiertes; porque luego de ponerte tan cerca que parecías dentro y que tu respiración era el accesorio que colgaba de mi cuello junto a la mano de Fátima cansada,  no necesito más que saberte ahí dormida luego de escucharte nombrarme en dos palabras que no he de poder igualar con mi voz ya poseída por  tus pensamientos.
Sí vas dormir así, Aurora, que el corazón en bandeja que te has de llevar a los sueños sirva como accesorio para ti, para que lo cuelgues de tu pecho o lo coloques en lugar del tuyo... El mero silencio de mi vigilia es la mano de dios que dibujó el palacio de tu piel en la que por momentos descanso para encontrar tu alma. Aurora, eres pausa que hace descansar el universo mientras se agita el dios que  encierran tus pestañas.

martes, 13 de noviembre de 2012

El último día del invierno.


Puedes mirar la orilla de los ojos del hombre,  ponerlos cerca de los ojos de una mujer  y escribirles de manera compartida las sensaciones que desconocen entre sí. Puedes dejar que se acaricien, que se besen los oídos con lo superficial de los labios mientras cuentas las descargas interminables que  se disparan de piel a piel.  El ser de ambos es uno y se muestra o se esconde a placer, placeres...
Lo que se extraña cada momento, incluso cuando se está cerca, es la simpleza del derroche, la cercanía; lo que se tiene cada que se quiere y se desprecia solamente con especificidades. Dejar de escribir por la falta necesidad es una sensación reemplazable, sólo se deja de escribir cuando deja de ser necesario o fundamental.  Qué difícil es empezar, escribir de ojo  a ojo con la cara tejida al alma y con la imposibilidad de cambiarla con fe, con paciencia o distancia. Es cierto que los reemplazos son prescindibles que uno siempre regresa al origen que evita el mal. Dejar de escribir porque la otredad ha sustituido el valor del desahogo en letras es una cuestión de mera actitud, de necesidad  involuntaria, de golpes no elegidos que han de marcarte con fuego y sangre.
Te enamoras el primer día de la primavera esperando que dure por lo menos hasta el último día del invierno. Todos somos seres de una sola estación, traicionas al otoño  y a su llegada te cobra con el golpe mismo que le has dado. No puedes esperar que sea de otra manera, aquel que vive libre paga por él y por los otros. Siempre hay otros, muchos, tantos que ha de ser interminable contarlos y contarles lo que debieran saber.
Es cierto que lo que se extraña,  generalmente, es la superficie del cuerpo;  es lo inmediato lo que da forma  al fondo,  es lo humano.  No eres humano, a veces,  no siempre eres tan humano para ser un canalla ni tan canalla para entrar en las normalidades. Es cierto que podrías escribir toda la vida con el dolor de una punzada que entre más pequeña más duele en el alma, es cierto que lo harías con el placer muy parecido en valía al tamaño del dolor; pero estoy seguro justo ahora mientras tú eres este que pone las letras que dejarías de escribir nuevamente por llegar, como parecía que llegarías, al último día del invierno para que comenzara irremediablemente la primavera. 

viernes, 10 de agosto de 2012

Tierra de nadie. (fragmento)


Lo numerable es una medida innecesaria, no tiene fin, por lo tanto no tiene razón de existir. Los patrones son los límites de la existencia, uno es lo que le permiten sus límites y no hay discusión en eso. Las cosas no cambian, si un acto nuevo es sorpresivo no es más que la ignorancia de la posibilidad de hacerlo. No somos infinitos ni renovables; un montón de sintonías que regulan las posibilidades de lograr, de llegar, de conocer algo o a alguien son el mero motor de la existencia.   No hay razones para nada, todo lo que está escrito en el caos es posible que suceda sin  necesidad de personajes o estados mentales. La iluminación, el epojé o el orgasmo son situaciones repartidas por el mundo como piedras o polvo.  Incluso el más imbécil arroja la piedra del pecado y también el más brillante se tropieza con la piedra que apenas se  sostiene a sí misma.  Los actos de uno u otro son los mismos pero el espíritu que los conforma se despliega de distinta manera en cada uno,  el texto de uno es la lectura de otro y el fin es el mismo.
Volteas y  miras el mueble que sostiene los libros y no hay nada ahí, y recuerdas todo lo anterior y justificas cada una de tus equivocaciones numerando los libros que exaltan su nombre para que los veas. Cada libro es un error, cada línea un pequeño pecado, un cambio; te escriben para que cambies, y tu cambias el libro cuando lo lees para que ninguno se quede siendo lo que es. No consigues nada porque no estás al ritmo de los otros, no eres el que se renueva ni existes para creerte, tú mismo, que podrías estar en algún sitio. Hay que ser un canalla para mentir, para escribir el montón de cosas que hay que leer, a mí nadie me dijo que lo hiciera, pero ése es un error definitivamente mío; no debí esperarlo  como un regalo sino como una advertencia de muerte: “Hay que morir, David,  ser  un muerto” lo hubiera entendido desde los 3 pero entonces estaba ocupado no escuchando, ni siquiera hablando ¿para qué hablaría  sin tener nada que decir?  Mi madre nunca me dijo que tenía que hablar aunque de mi boca no saliera nada.  Así que aprendí a no decir más que lo que me era posible de entender y lo que podría ayudarme a sobrevivir, sobrevivir sin morir.  
A mí me hicieron genuino. Entonces decidí cambiarlo, dejé de ser el que está dondequiera que un par de piernas lo permita, y lo escribía todo en mi memoria que, como castigo, no olvida nada: lo sembré y creció y era eso y no otra cosa lo que se había convertido en mi sustancia.  Pero decides cambiarlo y ves en un crucigrama la vía y puedes ponerle todas las respuestas posibles pero siempre habrá palabras inconclusas como muestra de que el crucigrama no responde, no le importas un carajo y puedes inventarle las palabras más exactas y complejas y no existirás nunca.  Pero ese, otra vez, es tu error y lo pagas; aceptas el ingenio tortuoso  como moneda cambio y como vía. Le sonríes y le haces el amor para que no le diga a nadie que no existes y es un hecho que lo hará.
Puedes golpear el cielo, me dijo, pero no lo alcanzo y no lo entiendo, así que no digo nada para que los tragos amargos se fermenten.  Llegará en unas semanas, David,  ese nombre que te dará la capacidad. Y todavía pregunto si cabe en el crucigrama. No importa porque el crucigrama sólo es la muestra de que lo ideal es no cambiar, no excederse  ¿sí ser uno mismo es un problema en el mundo para qué escribirme mentiras en los ojos si cuando los cierre no habrá manera de leerlas desde adentro?  Tampoco debería preguntar.
Las cosas numerables, las que se ven y no, son el pretexto que tienen los otros para conseguir  lo que no necesitan para ellos sino como requisito del mundo.
Guárdenme un pedazo en tierra de nadie. 

martes, 3 de abril de 2012

Cielos de media luz.


Si no fuera el cielo, ese de arriba que  nos mira, 
los ojos del  suelo nos mentirían a cada mirada
Si no nos miran las nubes desde arriba  
¿Qué se dicen entre ellas para ponerse a llorar?
Si lo poco que queda  es la mano y los brazos,
si el viento se hace frío cuando golpea la ventana
y se queja de no poder entrar.
¿qué otra cosa, mujer, que atestigüe lo poco que somos
cuando esto que parecemos se vuelve una cosa infinita
entre palabras y  gestos, entre golpes gentiles
y besos escondidos en el silencio de una mirada casi ciega?
No diré nada, porque no sé decir nada,
mis palabras se acortan con la voz de tus labios,
 mi pensamiento se nubla como las tardes bajo de los árboles. 
No te mentiría, no diría, nunca;
que soy otra cosa que la que ves de tarde en tarde
peleándose con su propia sombra para no ser un cuento penoso.
Las miradas son cosa de contrastes, de luces, ni siquiera colores;
las miradas son dibujos instantáneos de momentos,
deseos de momentos, monumentos de momentos;
 por eso hago un monumento de tu piel cada que la veo,
por eso dibujo el cielo en el techo y el suelo en mi espalda.  
Porque no soy otra cosa que el momento,
que lo que se va más tarde,
lo que estará lejos, después, lo que no estará luego.
 Y si el cielo tuyo o el mío o el de otros es el único que ve
que somos lo que somos sólo cuando lo parecemos,
 entonces le hago un monumento al cielo de los cielos
y al viento que rebota en la ventana
por mirar lo que hago para llegar a ser  el viento mismo de las ventanas
que roza el cielo cuando yo no, y que besa el suelo cuando yo no.

lunes, 2 de abril de 2012

Carta a Yayo, que está en todos lados.


Para Sagrario, ahora que está más cerca.
Había yo jurado que te comerías el mundo mientras los demás dormíamos horas extras,  mientras tus papás te cuidaban como a su niña y tus tías te preparaban una fiesta, imaginaba a tu abuela cocinando para todos, para celebrarte alguna cosa que sólo tú podrías lograr. Ay niña, tan  tranquila, sonriente, la más inteligente de tu mundo y seguramente la más feliz de todas.  Nos dejaste con el desconsuelo de ser lo que nunca fuimos  y de no poder ser nunca lo que fuiste tú.
Pero no eres, Yayo, lo que fuiste antes, hoy eres lagrimas, inciensos y flores, mañana serás tristeza  y después serás el aire y las hojas que caen en el otoño  y se levantan en primavera para festejar la cercanía del sol, serás la música de la naturaleza que ya es toda tuya como los corazones que dejaste  solitarios por momentos; ahora que todo es tuyo, linda, qué cosa les dejaste a los otros, a los que no pueden resignarse a vivir sin ti, debes decirle, por lo menos a tu madre,  que no decidiste tú estar  tan cerca de la tierra; que no decidiste, tú,  unirte a todas las cosas que el mundo guarda misteriosamente. O dile lo contrario, niña, que te cansaste de lo violento de la vida, que elegiste, aunque mucho nos pese, despegarte de la pobreza de la existencia, pero dile algo para que  no crea que la dejaste con mala fe,  que no sabes hasta cuando, ella, va esperar tu regreso.
Yo no discuto tu partida,  entiendo que la muerte no es muerte, que lo tuyo fue un cambio que nada tiene que ver con dejar de estar acá. Envidio tu estado, Yayo, porque no eres una sola cosa sabiéndose muchas eres, más bien, todas las cosas sabiéndose una. Cada rosa en los jardines y cada nube de los cielos,  cada lago y cada pez dentro del agua, el rojo del atardecer y el verde de los pastos, la melodía en la canción de un ave y la voz de los cantos enamorados,  el perfume de los bosques y la esencia tranquila de la llovizna. Como todas las cosas están llenas del aura que irradias, es posible abrazarte en cada acto de los días, es posible que tu sonrisa sea la misma que un hueco azul entre dos nubes grises y que tu mirada se la del rayo de luz que llega del sol mientras  la sombra de los montes nos cobijan.
Perdóname a mí, yayo, por no escribirte cuando podías leerlo con tu propia voz, pero es que prefería  ver tu sonrisa interminable  que arruinarla escribiendo algo que, como este mismo texto, no se compara con la belleza de tu alma.
David Navarro

miércoles, 28 de marzo de 2012

Las Nuevas Luces.


Las nuevas luces de esta calle le dan un tono  tétrico al lugar, son casi blancas o azules.  Recuerdo la poca luz de antes,  las noches eran relativamente secas y deformes, la noche debe ser oscura,  con luz tenue si es que existe alguna;  aquella luz de antes hacía las noches amarillas y falsas. Llegar de noche ahora es notar todo lo que perdí antes. Julián recargado en el poste, fumando,  escribiendo canciones en su cabeza para la chica que le hace pensar en eternidades, se acomoda el cabello de lado a cada segundo y sueña despierto memorias de hace apenas unos minutos.  En la ventana anterior al poste puede presentirse a Omar escribiéndole rimas a las mujeres que le han dejado, soñando con grabarlas en rap o por lo menos con transmitir el sentimiento que él cree tener en su corazón de espuma.  
Seguir caminando en esa calle hasta mi casa es una silenciosa calma,  la luz se va acabando al llegar a la puerta. Mi casa siempre ha sido oscura, sin lámparas afuera, los arboles cubren el frente y la enredadera limita la vista que podría colarse por los huecos de la barda. Parece una mancha en el cuadro, parece una nube  negra y, al entrar, parece una cueva y no a una casa.  Ya dentro es una cosa común, silenciosa como todo hogar oscuro. Javier dormido  soñando con la que se le escapó de la vida sin razón aparente, creyendo en todo lo que puede, mientras duerme, para verla a los ojos una vez más.
Me siento  y enciendo el ordenador mientras veo como se pasea una araña por el borde de la pantalla, ni siquiera me asusta, no digo, ni siento, ni pienso nada.  La hoja inmaterial se queda en blanco por unos minutos,  y me encuentro un cigarro doblado en la bolsa, lo enderezo y  salgo a la calle a fumarlo; veo las luces y pienso que  el lugar se pone tétrico con ese tono.  Dejo el cigarro a medias, lo tiro. Regreso a la silla y comienzo a escribir sobre las luces y la noche tenue.  Paro enseguida y aún luego de las teclas se oye el reloj marcando un tiempo que desconozco, el sonido del reloj es el corazón de la casa, late más que el mío pero seguro no siente tanto. Me salgo de nuevo para no escucharlo y comienzan a sonar los carros a lo lejos; cuento quince, ninguno se dirige a mí y no los culpo no hay nada acá y me escondo de ellos. Veo las luces, la calle vacía y sonrío, me agrada la noche como es ahora...Regreso, me siento de nuevo, me entristecen las imágenes  de la pared  y me doy cuenta de pronto: todo cambia de perspectiva luego de que miras a los ojos al cielo y le besas el alma como nadando en mar. 

lunes, 5 de marzo de 2012

El Ciclo Caótico.


El círculo es así, querida,  un caos sin desperfectos, si comienza o termina no es problema,  no hay inicio en el tiempo, querida, porque el tiempo nada sabe de comienzos.
Hay momentos tan llenos de muerte que parecen finales partidos, parecen continuaciones próximas, pero no son nada. Querida, tú te vas y no regresas y no significa un comienzo. Tampoco quiero decir que no importa que pasen los días y yo sigo acá igual que antes como siempre; con los miedos mismos que me conociste aunque la cara distinta y los ojos cansados.  Que soy más viejo, querida, pues es que no puedo detener la muerte, es que no puedo elegir quedarme como estoy, al menos no en esta vida y quizá en la próxima haya menos cosas que elegir.
Había pensado que en la muerte había más vida que acá,  había pensado que no hay razones suficientes para pensar en postrimerías y no he cambiado nada; sigo sin creer que puedo creerle a muchos sus historias y sigo sin creer que puedan creerme las mías. No es que mienta siempre, es que en ocasiones las verdades son muy  extrañas, ridículas, más cuando se trata de mí. Yo les digo, querida, que a veces no hay maneras de entender  a los otros lo suficiente como para conocerlos,  yo sólo tengo vieja el alma, no sé nada todavía, no sé de otros, no les creo y no me creen; no los conozco.  He preferido estos últimos años no ocasionarle conflictos a nadie y quedarme callado, decir poco para no interferir con las ideas de nadie; ni siquiera hablo para los faltos de ideas que cada vez son más y sirven menos, en la vida sólo hay justicia para le gente tibia, y a los fríos o calientes nos toca pagar la moneda de aquellos; no merecemos esto, no merecemos nada, los que no somos no deberíamos tener o no tener, deberíamos no necesitar. Por eso te digo, querida, no me culpes si parece que no quiero nada, es que soy justo conmigo y no merezco lo que me dan, no doy nada porque nada valgo y nada pago, porque nada le doy al mundo para que me devuelva tanto placer como dolor, es que no merezco ninguna de las dos cosas.
La vida rompe sus leyes, querida, tú misma te rompes a ti misma cada vez: cuando te interpretas en la cabeza de otros   –¿no es eso una tortura?Es que no estás tan liberada como el mar, es que yo tampoco, es que ya no hacemos lo que nos da la gana, querida, es que se nos arrugo el alma antes que el cuerpo, tonta. Un Día decidí  que no eras importante y lo creíste y a veces yo también,  pero es que son chistes de mal humor, querida, son chistes para adultos –¿Es que no conoces eso? ¿es que eres una niña que se la ha pasado envejeciéndome para no crecer?   Ni yo crezco y tú no me matas,  no será un suicidio, querida, tú sigues acá de cualquier modo, el nombre mío no se compara con el tuyo, el mío ni siquiera es un nombre, sólo lo parece.
El círculo es así, querida, y todo el tiempo está dando las vueltas que debe, no da para más; es como tú que estás acá sólo siendo como las cosas de adorno de algún ser que se esconde de nuestra vista en nuestros propios párpados burlándose.  No hay buenos deseos acá, ni yo los tengo para otros ni los otros para mí y eso equilibra los intercambios, no hay importancia en el poder dar o el recibir, nadie da nada sin recibir, dicen, pero hay quién da más sin pensar en la retribución y esa no es gente de fiar, querida, la gente que no pide es gente que hace sentir culpable a los otros –¿no has querido regresar el tiempo para no aceptar eso por lo que no pagaste? –Desde ahora te aviso, querida, que si me has de regalar algo regálame tu ausencia para recordarte, por lo menos, cada ciclo que la perfección distraiga al caos y lo regenere. La ausencia es siempre un regalo que se paga por sí solo.