martes, 29 de marzo de 2011

El trabajo del sueño


Un sueño puede revelar alguna cosa de la vida que la vida misma en su más despierta estancia no puede conocer o no se atreve. En mi caso, ayer, pensaba mientras caminaba a la escuela que perder la vida era una necesidad de los hombres o por lo menos de los hombres como yo; a los que no les queda nada a una edad tan joven que pareciera que tienen los años de sus padres  y les pueden hablar de “tú” como sus más estimados amigos.  Entonces decidí que la vida era un lujo que no se merece el más tonto de los jóvenes ancianos, y que cualquiera que viviera como yo debería estar conciente de que la muerte es la única opción de liberación. Naturalmente que no he pensado en el suicidio, pues ni soy un marica que se esconde debajo de una piedra en medio del combate ni soy un sabio que puede elegir estética y religiosamente como morir. Entonces pensé que lo mejor era dejar correr sin buscar ni evitar.

Paso la tarde completa, ya sin pensar en nada ni ver nada, ni siquiera a las chicas a las que, por mera obligación, doy clases de secundaria. Incluso sólo le di una sonrisa a la gordita que me dijo: “adiós profe”  con una voz temblorosa mientras sonreía nerviosa y me aventaba una mirada llena del deseo que tiene de que me pasee entre sus piernas.  Regresé de mis clases a la casa y sin comer prendí la computadora, justo como lo hago por las mañanas antes de desayunar, debe ser un vicio o una necesidad, incluso cuando no hago nada en esa máquina o la utilice como estéreo o para jugar al King of kungfu; la enciendo y me siento al frente como cualquier imbécil de poca idea y de mucho tiempo libre.  Después, ya noche, duermo y entonces se me viene la representación del pensamiento cumbre del día, y lo sueño:

Estaba con mi hermano de 18 años que, para fines del sueño en turno, sólo tenía 7. Mis padres me habían dado permiso de llevármelo a conocer el mundo, yo contaba con la misma edad que en la vida despierta, supongo, en tanto que lo primero que hice fue llevarlo a la universidad  que, más bien, parecía la plaza río y estaba llena de juguetes; quizá ése es mi ideal de la universidad o  puede ser que represente el hecho de que la misma está llena de alumnos marionetas; o sólo es alguna mamada de esas que en los sueños tienen una explicación  que nunca sabemos pero la creemos fielmente. Mi hermano, como todo niño, tomaba los juguetes sin permiso y jugaba como si no hubiera tenido nunca alguno, después corría de donde estaba y se me pegaba a la pierna y me tomaba la mano, aún  se perdía en la inmensidad de un mundo frío y sin paredes.

Después me encontré a Alejandro Bonada, un excompañero de la universidad que bien podría dar clases de conocimiento popular mexicano (en el más vulgar de los sentidos) en las universidades más prestigiosas del mundo. Él me llevó a una tienda de objetos de todo tipo de cosas  hechas de cuerpos de animales; sólo recuerdo  unas imágenes pintadas en la mitad  de un caparazón de tortuga, unos abanicos hechos de hueso de pez  y unos soldadillos de tuétano que ha mi hermano le gustaron. Dejé, luego, a mi hermano por ahí en el pasto mientras Bonada y yo íbamos a beber un trago que una chica, guapa de más, nos pagaría a cambio de que cuidáramos no sé que cosa dentro de un huevo en una tienda de alimentos enlatados. Terminamos nuestra misión y Bonada me dejó solo y caminó hacia el estacionamiento junto a la mujer guapa, supongo que a como se verían las cosas después a él le fue mejor que a mi.

Cuando llegué al pasto, mi hermano estaba golpeando enemigos imaginarios con patadas voladoras y golpes certeros a las narices de esos seres invisibles; lo miré por un rato y luego le pedí que nos fuéramos, era tarde. Subimos a un camión que nos llevaba a casa, decidimos irnos hasta el fondo y sentarnos frente a frente en los asientos pegados a las ventanas. Hablábamos de cualquier cosa y callábamos de pronto. Luego, de la nada, había una mujer a mi lado, de ropa oscura, la cara polveada, y de maquillaje profundo en los ojos. Jugaba con un revolver en su mano derecha y parecía nerviosa, miraba a todos lados, me miraba a mi  y luego volteaba al inicio del bus como buscando el momento de avanzar, de ir por el conductor y asaltarlo. Mi hermano no se dio cuenta del  arma, y yo no le dije nada; yo sabía que esa mujer asaltaría al conductor y nos quitaría nuestras pertenencias, incluso pensé que sería una experiencia genial para un niño que sale por primera vez a la calle; sería como conocer el verdadero  rostro del mundo, uno alejado del que puede ver dentro de las 4 paredes de un hogar de familia común.

La mujer avanzó hacia los asientos de  la mitad y se sentó en la orilla de uno,  siguió mirándome y buscando el momento para hacer lo que planeaba. Después regresó a su antiguo asiento, se le miraba desesperada, me miraba y yo la miraba también, quizá mis ojos la incomodaban  pero no podía evitar ver a una chica que, aunque bonita, no dejaba de mover un revolver en su mano mientras le temblaba la boca. De pronto se paró y caminó con paso apresurado al sitio del chofer, levantó la pistola y apuntando a hacia donde nosotros estábamos mencionó algo sobre los pasajeros, respecto  a alguna cosa que tenía que ver con robar o quitar de encima. Miré a mi hermano  que agachaba la cabeza y de la forma más natural y tranquila le dije: “tu primer asalto, tranquilo que no pasa nada”. Justo cuando terminé de decirlo levantó la cabeza y tuve frente a mí la mirada más pura saliendo de sus ojos grandes y hermosos llenos de lágrimas y miedo. No dijo nada.  Mientras los ojos le escurrían, en ese segundo que lo miré no paraba de pensar en que no podía llorar también yo, que no me causaba ningún sentimiento ver un arma paseándose en las manos de nadie, que yo había decidido dejar correr y no evitar ninguna cosa natural que me arrebatara la vida,  pero ¿él?  Justo cuando lo pensé, la mujer se acercaba a nosotros  y cuando quise reaccionar, mi hermano se  apresuró hacia mí y me abrazó, me detuvo, tenía miedo de esa mujer y tenía yo que quitárselo, pero no pude. La mujer me puso el arma en la cabeza y le dije: “él sólo tiene siete años, tiene miedo no lo asustes más” como si le hubiera dicho lo contrario le puso la pistola en la frente, mi hermano la miraba y lloraba, fue como si se hablaran con los ojos, entonces mi hermano se pegó a mi sin importarle el arma como si hubiera comprendido algo que yo no. La mujer movió la pistola hacia mi cabeza de nuevo, iba a matarme.   Mi hermano gritó “¡No lastimes su cabeza! ¡No le tires a la cabeza!” luego con su mano izquierda puso mi cara contra su pecho, sólo alcance a ver como la mujer  jaló el  martillo y pegó el revolver a mi cráneo; mi hermano volvió a gritar diciendo: “¡déjame quitarle la cabeza! ¡Su cabeza no!”  Cerré mis ojos y apreté mi rostro a su pecho, no tenía ningún pensamiento, ningún sentimiento ni tampoco quería hacer nada, pensé en lo que mi hermano sufriría y no me convencí de hacer nada, al final él parecía saber que esa mujer  me mataría de todos modos  y no era lo que le molestaba ¿por qué no quería que me dispara a la cabeza?  Quizá creía que había posibilidad de que no muriera. No lo sé y no lo sabía entonces, en ese momento yo estaba con los ojos cerrados clavados en su pecho. De pronto se hace un silencio corto y después escucho el estallido; lo escuché tan lejos, tan leve.
Ya no pude abrir los ojos  y sentía como mi cuerpo caía al costado derecho mientras pensaba  si ésa era la muerte, si así era, si entonces puedo seguir pensando luego de morir, y no paraba de preguntármelo, ya no pensé en ningún acto, tampoco en lo que pasaría después, pero pensaba, sentía, y estaba seguro de que podía ver algo sin necesidad de abrir los ojos.  Yo había recibido  una bala en la cabeza y había sentido como la vida se me iba del cuerpo como un hormigueo que recorría mi piel de abajo hacia arriba y se me desprendía. Mientras caía ya estaba muerto  por dejar correr la vida, estaba haciendo lo correcto, lo que según mi elección correspondía. En ese momento mi pensamiento no tenía polos y olvidé a mi hermano y si moriría después que yo, lo olvidé todo y me disfrutaba durmiendo en un sueño, muriendo en un sueño.

Recuerdo haber estado en una oscuridad profunda por lo menos 10 minutos, sólo pensando, pensándolo todo.

Tomé un golpe de aire que casi me hace estallar los pulmones, desperté. Me levanté luego de unos segundos, caminé hacia la puerta  y miré por un rato las hojas de los árboles recorridas por la lluvia que había caído algunas horas antes. Pensé de nuevo en la necesidad de morir de los hombres como yo, ahora pensando en los otros, en mi hermano y los amigos; esos que dan la razón más pura para seguir alzando el tarro a la luz de una luna  que se esconde tras el techo de una cantina. Aun así seguí pensando que la muerte era la única opción para una vida como la mía. Dejarme morir en sueño en  manos de una mujer flacucha y de rostro endurecido por un maquillaje profundo, cuando en otros  he destruido  dioses con mis puños; me había mostrado que dejarme morir ya era mi elección, ni siquiera el bienestar de los cercanos, ni el murmullo del honor en el acto de morir, nada podría ya salvarme de mi conciente estado de no evitar nada.

Si al final proyecté en mi sueño la elección que en un momento de caminata solitaria tomé, y aún cuando tuve la muerte en mis manos la respeté hasta el final; quizá signifique que he aceptado un destino que se ha pintado en los muros de mi conciencia para no borrarse nunca. No lo sé. Pero sé que he muerto ya una vez, por lo menos en el mundo de los sueños al que no he vuelto desde entonces, quizá por la misma razón, tal vez de aquel lado, en el de los sueños, no existe la reencarnación.  

domingo, 20 de marzo de 2011

Despertamos.

Después de que se va la esperanza de un hombre respecto al instante más sombrío de todos, se aparece la razón de la existencia como un pedazo de terreno que nos da una nada tan exuberantemente física. El hombre, la mujer, y el espacio que existe entre ambos es la inocencia del contacto que se prohíbe por mera naturalidad; del modo que sea, se supone, que estamos viendo el instante de un arrepentimiento, como sentir la culpa de un sudorcillo sin pasión ni razón; como golpe de sonrisa acomodada con esfuerzo en el rostro de alguna, alguna que te contesta con una mirada sin respuesta.

La soledad que se siente por las mañanas, luego de estar tan absolutamente acompañado, la disfrazo de una pena minúscula pintada en el entrecejo; la visión del rededor se escurre mientras se desparrama la mirada a medias  del descorazonado hombre que se cuelga el palpitar de otros en un bolsillo o en un bocado que se atora en la garganta o en la boca del estómago. Como trago de licor barato pero suave; el instante se pasa pronto y a lo amargo se le encuentra el placer en la costumbre.  Aún cuando el licor se asemeja mucho al más de los fieles amigos, nada se compara con la hermandad que muestra cualquiera que puede compartir el trago con los otros, con cualquiera, conmigo y con ustedes los de afuera del monitor.  La comezón en la nuca y la desesperación que me hace tallarme la nariz una y otra vez se desvanece cada 20 minutos, cada 15 ó 10, y significa lo mismo que cualquier otra cosa que se preste para ser quienes queramos ser; el imbécil, la amargada, el tristón, la fumadora, el pacifista, la envenenada, la emocional, el insecto, el dormido, el embriagado de la vida, el insatisfecho, la mancha de licor en el suelo, la imagen de la virgen en el santiamén de los tiempos remotos, la escuadra que dibuja la línea recta entre un paso y el otro, la caída o muerte de la estocada torera, matador de peso incesante, gota de sudor que cae desde la punta de la nariz a otra nariz.

Y puedo caminar entre la multitud que te ve como extraño y te muere como extraño, pero no se podría nunca sobrepasar la sobriedad de un momento deslucido bajo el sol de la mañana gris en la que estamos. Ni yo, ni ella, ni él, ni tú, ni nadie podría, ni siquiera la significancia de dios en un muro que da la piedad en los ojos de una desgarrada conciencia asesinada por la violación de una de sus letras enamoradas. Así entonces ¿Cómo Gil de Biedma decidió no volver a ser joven habiendo tanto que hacer y  tanto que seguro no hizo por equivocarse cada tanto? Y si la vida va en serio y no se atreve el tonto a notarlo por miedo a una revocación cuasi infernal y abrumadora que esconde la sustancia de un adiós, de un beso, de un saludo de amor, de una mano rozando a otra por el mero placer de hacerlo, de unos labios improvisando una visita a otros por que ya estaban ahí, por que no había más que hacer.

Porque al final yo estaba tan irremediablemente triste que nada de lo que pasara en el sitio en el que estuviese valdría  suficiente la pena para enamorarse de ésa y esconder el alma en un suspiro de vejez de la noche. Al final estaba yo tan triste que cuando mire hacia el suelo pude respirarlo como quién respira el infierno en una botella desalivada  con el rostro vacío de llorar. No podría, yo, escribir versos tristes, pero qué triste estaba;  y qué amor respiraba del mundo. Como la madre al sonreír al fracaso de un hijo, como las aves dándose de picotazos en el suelo lleno de manchas, como la de las maravillas sonriéndole a la mirada de un idota deforme, como yo y otro mareándonos a propósito en una rueda fortuna que no hace girar a nadie ni a favor o en contra del reloj, ni a favor ni en contra del tiempo… entonces me pone triste otra vez. Qué vacío el mundo si lo miras desde el fondo de una pila llena de recipientes que ya no pueden contener más que el aliento de un hombre cansado de repetir.

lunes, 14 de marzo de 2011

Desde “El charquito” cochino y los intransigentes, hasta la comezón en la nuca. Cosas mientras espero en la oficina oval

No le hemos encontrado la razón a nada.

La verdad se esconde entre los dedos de la mano de dios.

Los poetas ya no valen lo que valían. Los poetas son putas… lejos del buen sentido.

El Papasquiaro, el que me aprendió eso de renegar de su propia situación académica, se volvió más criticón que crítico, y cuando le da la gana se pone a hablar de ortografía. El  compa le hace segunda a un charco de meados al que casi no le creo nada; un tipillo que se la vive a los extremos como chico enamorado de la pubertad… aunque debo decir que aunque sea un mamón que se la pasa pontificando; tira algunas verdades de lo culturoso. Y debo decir que lo cultuoso nos caga.

He escuchado críticas feroces a Vargas Llosa, no sabía que en el círculo intelectual también se dejaba llevar por eso del  “digo lo que dicen”; por la existencia inauténtica pues.

Los del colectivo intransigente son pendejos. Me da pena el sólo pensar que esas bocinas llenas de baba y babosadas lleguen a los oídos de las personas equivocadas, es decir; a los oídos de la demás gente pendeja a la que le puede llegar a gustar tanta mamada e insolencia intelectualoide… Es que no puedo argumentar con tanto desprecio, perdón, pero de que son pendejos son pendejos.

Los poetas dan clases en un cobach o en preparatorias de paga. Los verdaderos poetas saben que no hay necesidad de trabajar…  ni de escribir.

No sabía que existieran poetas vírgenes. Deben ser geniales.

Es cuestión de tiempo y de actitud, pero algunos idiotas dejarán de serlo y buscarán un lugar mejor; entonces las escuelas de filosofía y de literatura se quedarán vacías por el bien de todos.

… no. Oliverio Girondo y su puro no me dan comezón en la nuca.

Los tipos que escribimos por el puro afán de no enfermarnos de cólera o de lo que sea, deberíamos ser castrados.

Yo también quiero  una tia chofi.

La poesía canallesca, que es hermosa,  se baña en aguas alejadas de Tijuana, por eso acá tenemos a los intransigentes que, como dije antes y aún más atrás, son unos pendejos.

Los seres humanos hemos cambiado la sorpresa natural y la exaltación de las buenas cosas de la vida por el “me gusta”.


Cada mañana el sol se lamenta salir a dar la luz y la vida a una bola de pendejos hambrientos en el peor sentido.

Hacer el amor es una rutina tan necesariamente aburrida para algunos… (¿?) ¡Qué prefieren comer!

Las mujeres y los hombres comenten los errores más comunes.

La mujer se va a la cama moviendo el trasero  y el hombre le dice: descansa, te alcanzo en un rato.

Una cerveza, dependiendo del sitio, puede hacerte tan exoneradamente feliz.


El “All you need is love” y el “is this love” sólo demuestran: … Por lo menos en el caso de la rola del Marley: el peor de los sentidos.


Los esqueletos ya no suenan como en los noventas.

Las tetas y las nalgas ya no valen como antes, ya cuestan.

A los hombres, que cada vez somos menos,  nos queda cada vez menos.

Una de las bondades del gusto por leer es que existe la Divina comedia.

La ventaja del PlayStation 3 es que puedes ser Dante y cruzar el infierno al lado del Virgilio para volverte a tirar a Beatriz, que además tiene unas tetas increíbles; sin olvidar que condenas o absuelves las almas de los seres destinados a pasar la eternidad en un infierno con unas gráficas increíbles… Pero también la Divina comedia es chida.

Con todo  y el ps3 nos queda tan poco.

Cada vez son menos las guitarras que suenan con el rozar del viento.

El buen paso ya no es una opción decente.

La poesía dejó de existir hace años.

A mi no me queda más que la firme convicción de que lo único que queda por hacer es respirar una y otra vez, hasta que los pulmones se cansen o la nariz se bloquee espantosamente... no importa con qué. Al final sólo escribir algún ripio cualquiera es lo único que puede hacer al alma olvidar esa tonta convicción.

martes, 8 de marzo de 2011

Descrita a la fuerza (soneto)

A veces intento sonetos porque 
es la más rítmica de las formas de escribir; 
porque puedes tararear el poema 
sin dejar de sentir el sudor de un hombre 
vaciándose en el papel mal agradecido.

El moderno no entiende de estas cosas
porque nunca ha lanzado hechizos.


Diagonal caída de gotilla simple,
piel como filo de orilla de vaso,
mirada de rabia, mujer terrible
con espejo claro y de lento paso.

Una vela de luz inconfundible,
imágenes del cielo en cada brazo,
tortura majestuosa irresistible,
inmortalidad dulce de Pegaso.

La cuna de una criatura temible
en los brazos de fuego del ocaso,
estatua de una virgen insensible.

Mátame en el hueco al entrepaso,
en la húmeda sonrisa inaccesible;
beso infiel de mujer de frío escaso.

domingo, 6 de marzo de 2011

Happy Birthday

Nací un viernes, a las 8 de la noche. En mi casa miraban el exorcista a la hora que yo llegué. Y yo cada año, a estas horas de la noche, siento que me posee un demonio de lo más triste; pero sobre todo, de lo más jodido. Debe ser el clima de la fecha, que ni es invierno ni es primavera.
A mí, mi madre me parió con la ilusión firme de que llegara a ser alguien, cuando menos, lo suficientemente provechoso para no tener que batallar por un plato en una mesa de madera. La única verdad es que nunca he batallado por un plato ni por una mesa, pero también es cierto que nunca me he ganado nada siendo un hombre de provecho. Debe ser que no lo soy.
La profesión de comediante, la de llorón y la de hablador son en las que más tenía futuro cuando niño. Hoy siguen siendo las mismas, pero a mi edad ni con el mejor de los entrenadores les sacaría buen provecho.
A mí, alguien me dijo una vez que los hombres fuman después de coger, mientras lloran, cuando están solos y a la hora de beber en buena compañía... Cuando se juntan dos o más de las posibilidades quizá sea momento de un habano. A veces no se tiene ninguna,  pero que ganas tan desgarradoras de fumar un último cigarro... uno que no enferme pero que mate.
Nada en estos años me ha preocupado lo suficiente,  siempre que me equivoco la vida me sonríe y yo le hago ojitos pa' que crea que me vale madres. Mi grupo de amigos que son los suficientes para no ser tantos,  siempre me recuerdan que antes de evitar una estupidez sea lo suficientemente estúpido para no dejarlo pasar; que las estupideces son siempre la más pura fuente de energía para las almas que no producimos ni un carajo.
Que si estoy o estamos jodidos... es una cuestión de actitud, por eso es que eso de hacerle a la filosofía de los hombres ilustres siempre me ha parecido un acto antinatural... como el tiempo, por eso es que hoy acabo de nacer. 
Happy birthday me han cantado.. y yo que no sé si festejar mi vida o  la ventaja que llevo en mi interminable pelea por no madurar. Un día escuché a Rafael Inclán decir que madurar es una pendejada, y aquí somos de todo, menos pendejos.