sábado, 30 de abril de 2011

De paseo.

I


He pensado (muy seriamente)

Que he estado en sitios donde muchos más han estado,

Y siguen estando, más, incluso después de irme,

los imagino a todos llegando como yo, entrando como yo,

tocando las puertas igual que yo

y con la misma mano saludando todo lo que está.



Me parece que no fui el primero en llegar,

Quizá el tercero, o el cuarto, pero no el primero.

Veo, en todos los lugares, las huellas que ha dejado

el último que ha venido;

me da risa el momento en que yo mismo parta.



Miro el poniente desde la parte más cercana al sol,

y camino también por las más oscuras partes:

ahí me doy cuenta de que pocos pueden andarse como yo,

todos le tienen miedo a las zonas oscuras de las ciudades,

y de los bosques, y de las calles.



Hay sitios de media luz en las grandes ciudades,

en los grandes desiertos, también.



Hay sitios secos que se humedecen

con la llegada de nuevos visitantes

mientras los viejos se entristecen.





II

Visité un templo de muerte una vez

y no me asustó más que esos de vida

con toda su tristeza y ligerez;

ahí mi sangre la entregué de bebida.



He estado también en vírgenes campos

haciendo “asteriscos para lo intacto”

para ser lo que ya hace muchos tiempos

no soy, prueba de aquel firmado pacto.



Llego y desaparezco dejando hueco,

encuentro una salida, más bien huida,

que señala el camino a donde peco.



Después dibujo una cara de amoroso

y comienza un turismo escandaloso,

Cerrando con comienzo en otro coso.

III

Hago un pase sin mover las piernas, las mías.

Me rebajo al mundo de otros mundos,

no hay peso con cuernos que me doble

ni paso con furia que me rompa.



Allá, acá, lejos o más lejos, unido, partido,

enamorado de un paso que conozco desde su nacer

y que nunca se ha quedado detenido

por más que haya caído sin volver.



Inicié un camino de caídas a favor,

en las tierras de otros me he parado,

con el fuego en las manos he soñado

y con el frío de dios me he de morir.



En las tierras del odioso o del imbécil,

de la quimera o el animal:

no soy otra cosa que el agua que invade y penetra,

que no tiene alma fuera de los recipientes,

sólo en los huecos de la tierra y en el viento

que acelera mis partículas a un destino distinto

cada vez

aun cuando sea el mismo itinerario de despojo

de mi alma y la de los otros;

de mi cuerpo y el de otros.



IV

No soy un viajero,

lo sé,

nunca salgo de mi cuerpo

aquí estoy;

y yo adentro

inmóvil

no es necesario nada más…

no hay más.

En todos lados soy.



jueves, 28 de abril de 2011

Le das la mano a dios.


Mueres,
te vas de largo y vuelves,
prefieres caminar al balcón. Terminas.
Y pides todo por escrito,
lo encierras en un sobre
que sellas con la lengua,
no pides perdón, pero exiges.
Le pides un deseo al pendejo tiempo
que se inmacula en tus ojos
como virgen de piedra. Lagrimeas.
Vallejo te ha hecho llorar
jugando a las escondidas;
y crees que escribes al mundo
y lo describes inmundo.
Cariñito en los pies, te dibujas,
le haces el amor
a cualquiera que amas,
a cualquiera que está.
Reviras, sonríes, caminas hacia atrás,
y es el mismo camino de vuelta.
Ves girar un ojo: una serpiente
devorándose a si misma,
el tiempo pendejo que invita al sueño.
No hay Tic Tac en el inicio del universo,
mucho menos en el quehacer del mundo
guardado en un sobre sellado con la lengua
mojada de un beso desparramado en el sexo
de cualquiera que se ha amado.
Mueres en el balcón luego de terminar,
dándole la mano a un dios…
uno cualquiera.