lunes, 31 de octubre de 2011

Música sin fe.



La música se corta, se rompe con la gotera que repite el tambor largo, lento. Siempre pasa que los momentos dejan de ser, como los rostros al paso del tiempo, como los ojos al viento perdiendo el brillo que no sirve para ver sino para verse. Lo mejor acomodado se cae luego de cualquier temblor, es miedo, seguro es miedo que vibra en las piedras y debajo de ellas. La gente teme siempre, como si no quedara fe en alguna piedra puesta sobre algún madero… puesto sobre algunas manos.

Repetir palabras al viento es la salvación dijo un hombre alguna vez, dijo también que no había que darle sentido sólo decirlas sin significado y sin valor; como lo hacemos siempre, como lo hace la mayoría. Decir por decir pero al viento, como si escuchara ese ser infinito el murmullo de una voz mortal que sólo sopla para darle más vida. Es fe, pero ya no queda en las manos de los hombres. Cada uno la pierde a su manera y a su tiempo, algunos antes pero nadie después, todos al tiempo. Unos no hablan para no sentir esperanzas, otros hablan más para matarlas, la mayoría no busca nada pero pierde todo o lo guarda y lo olvida, o lo olvida sin saber que el olvido existe. Qué difícil hacer sin saber. Difícil porque lo es ¿quién me dirá lo que es equivocarse? Probablemente todos pero a su tiempo y el tiempo es, siempre, justo después de cuando se debiera. Equivocarse es más sencillo cuando no se sabe de qué se trata.

Decir las cosas obvias rompe la música también, no decir nada deja correr los sonidos y decir por decir armoniza las imágenes que hablan del mundo como cuando nosotros hablamos del frío, de la naturaleza o del fuego. Siempre he sabido que nadie se va a levantar, no hay almas fuera de nosotros ¿qué podría provocar hablando desde adentro si no es una tormenta desde adentro mismo? Cortar la música no es nunca una opción, pero no eliges cortarla o no, nadie enseña, pocos la escuchan y otros, que seguro son menos, la hacen de cualquier cosa; pueden, quizá, encontrar algún tono en el color de un diamante que no hace ruidos perceptibles ni al caer.

Gota a gota nace el ritmo a ruido de caer; como caen los hombres en combate, como caen los hijos del vientre y como caen, también, las pestañas cuando aplauden al cerrar los ojos el hombre para hacer música compuesta con voces al viento que, sin sentido ni valor, dan vida a la muerte misma de las palabras.