lunes, 31 de octubre de 2011

Música sin fe.



La música se corta, se rompe con la gotera que repite el tambor largo, lento. Siempre pasa que los momentos dejan de ser, como los rostros al paso del tiempo, como los ojos al viento perdiendo el brillo que no sirve para ver sino para verse. Lo mejor acomodado se cae luego de cualquier temblor, es miedo, seguro es miedo que vibra en las piedras y debajo de ellas. La gente teme siempre, como si no quedara fe en alguna piedra puesta sobre algún madero… puesto sobre algunas manos.

Repetir palabras al viento es la salvación dijo un hombre alguna vez, dijo también que no había que darle sentido sólo decirlas sin significado y sin valor; como lo hacemos siempre, como lo hace la mayoría. Decir por decir pero al viento, como si escuchara ese ser infinito el murmullo de una voz mortal que sólo sopla para darle más vida. Es fe, pero ya no queda en las manos de los hombres. Cada uno la pierde a su manera y a su tiempo, algunos antes pero nadie después, todos al tiempo. Unos no hablan para no sentir esperanzas, otros hablan más para matarlas, la mayoría no busca nada pero pierde todo o lo guarda y lo olvida, o lo olvida sin saber que el olvido existe. Qué difícil hacer sin saber. Difícil porque lo es ¿quién me dirá lo que es equivocarse? Probablemente todos pero a su tiempo y el tiempo es, siempre, justo después de cuando se debiera. Equivocarse es más sencillo cuando no se sabe de qué se trata.

Decir las cosas obvias rompe la música también, no decir nada deja correr los sonidos y decir por decir armoniza las imágenes que hablan del mundo como cuando nosotros hablamos del frío, de la naturaleza o del fuego. Siempre he sabido que nadie se va a levantar, no hay almas fuera de nosotros ¿qué podría provocar hablando desde adentro si no es una tormenta desde adentro mismo? Cortar la música no es nunca una opción, pero no eliges cortarla o no, nadie enseña, pocos la escuchan y otros, que seguro son menos, la hacen de cualquier cosa; pueden, quizá, encontrar algún tono en el color de un diamante que no hace ruidos perceptibles ni al caer.

Gota a gota nace el ritmo a ruido de caer; como caen los hombres en combate, como caen los hijos del vientre y como caen, también, las pestañas cuando aplauden al cerrar los ojos el hombre para hacer música compuesta con voces al viento que, sin sentido ni valor, dan vida a la muerte misma de las palabras.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Soy.

No debería, por alguna razón no debería ser esto.


Una mezcla entre lo que se supone que soy y lo que por seguro soy.

Debería tener un momento de silencios, unos largos, callados. No sé que hay en un umbral cercano a éste, no sé cada cuanto hago lo correcto... o lo necesario.

He dicho siempre que escribo para no enfermar, pero ¿qué si ya estoy enfermo? Ya no es curación, no las letras ni el alcohol, ambas cosas me dan la misma pena cada amanecer.

Es tan terrible ser lo que dicen otros, es terrible ser los otros.

Fingir es una actuación efímera, las voces de la gente son pedradas con el permiso de dios en honor a mandamientos de sal y sudor.

Recuerdo muchas veces haber escrito por amor y por muerte, ambas cosas llegaron de maneras distintas pero al mismo tiempo, como de la mano sin conocerse, como besándose para olvidarse.

Es esta sensación de que lo quiero todo, todas las mujeres, todo el alcohol, todos los momentos, todos los eventos, las marcas en la cara, todo lo que deja algo entre los dientes luego de tenerlo. Y no tener nada es una cuestión de actitud.

El rostro que no puedo dejar de ver, que no lo olvido porque no se puede, la mujer que casi sonríe con la boca mientras no puede llorar con sus ojos parecidos a los míos. Ella sonríe y habla de lunas llenas para ver la noche y caballos de mar para señalar al hombre, pero no la veo como es, como externa, como ajena a lo inmediato.

No sé bien por que bebo de esa manera, como con sed desesperada, como apagando fuegos interminables, como suicidándome, ahogándome en la fidelidad de un amigo que a traición desdibuja la imagen de las cosas que tocamos juntos.

Prefiero decir, creo, que no hago nada y no soy otra cosa que la respiración del momento, o la desilusión de las mañanas siguientes.

Que estoy triste como nunca antes, es cierto. La razón, quién sabe cuál sea, generalmente nadie sigue las esencias de los fenómenos, esas se quedan siempre en espera de de conocerse, de pronto son y nada más, de pronto no está nadie y hay que dormir un poco más, o un poco menos, cualquier cosa es suficiente si las manos te tiemblan y el corazón se esconde entre las paredes del pecho.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Cualquiera, yo y el diablo

Cualquiera, yo y el diablo amigo de dios en el infierno, un espectáculo bochornoso del báculo del destino perezoso que esclaviza la risa amante de los pocos andantes que sonreímos con un dejo de dulzura escurriendo de la comisura del alma y del viento que somos cuando escondemos el aire que sobra en el mundo que no es nuestro ni de cualquiera ni del diablo amigo de dios en el infierno.


Un poco de nostalgia entre las paredes que dibujan los labios que no besan por imposibilidad. La prohibición del hombre a la mujer de todos para su propio bienestar como el brote de todos los pesares vividos y matados.

Si yo soy cualquiera, y el diablo y dios, entonces adiós y con la mano en el aire escondo que nadie sin paz ni armonía en el día de muerte que, con suerte, emanará de un cuento escrito con el puño inmune de una mujer que olvidó ser de su tiempo como el tempo de ella y del viento como sólo de sí mismo. Se pasea el viento por los ventanales y los pocos árboles que el otoño deja antes de helarlos en el frío invierno de la poca soledad de los hombres que no lloran por la mujer que han perdido las suficientes veces para mostrarse, por lo menos, un poco parecidos a cualquiera, a mí o al diablo amigo de dios en el infierno.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Al Infierno

Fragmento.

Escribir con el alma o para el alma, como si hubiera una diferencia entre ambas cosas; como si el orden del mundo las separara por mera fragilidad emocional.

Una repetición del sentimiento matutino de autocompasión. Cuando despiertas pensando en la mujer que no debieras sólo porque la soñaste por tercera vez consecutiva, el sueño de una noche donde los espacios vacíos de la cama estorban y el lado contrario se vuelve infinitamente oscuro y lejano, largo, interminablemente inhabitable. La mujer, esa mujer que crea el mundo desde el infierno que esconde entre sus piernas mientras baila escandalosamente canciones que parecen de cuna y de muerte, de tristeza y desesperación; también de todo lo contrario; me despierta y me hace implorar perdones a cualquiera de los dioses que me ven, aunque me vean para reírse y darse gusto y su deseo sea que siga siendo torpe y mi vida sea la falla donde se acumulan las fallas de todos los demás.

De ese infierno lleno de fuerza que parece nombrar la piel de mis manos como pidiéndoles favores de santidad, estas palmas que sólo escuchan los olores del pasado que no tienen semejanza con los de un presente sin clima ni sabor entre las hojas de sus árboles sin frutos para los hombres solos. Algunos otros rodean la piel de una serpiente mientras la converso con todo el permiso que me da su infierno inagotable hasta hoy. Ni una vida despierta en el oscuro templo de cualquier santo podría compararse en divinidad con el momento que me da mientras duermo en su caricia subconsciente de mujer sin hambre y poca sed, pero de ahogo constante, necesario, vital. No soy un dios en la palma de la mano de cualquiera que se arrodille con el corazón bombeando fe al universo para que lo escuche y lo ilumine; soy, más bien, una gota de sudor en el pecho de quien sea, el residuo de un acto puro y olvidable luego de la máxima imagen de esplendor de cualquier luz intermitente o desprendida de alguna estrella a la que no se le mira a los ojos por mera caridad.

jueves, 4 de agosto de 2011

Eternidad y Vacío.

Qué golpe tan tortuoso el del tiempo para quien no comprende que lo mismo cabe la eternidad en un año, en un segundo, en un parpadeo y en un adiós; los recuerdos que golpean al tiempo de cada respiro, avergüenzan el alma y contagian al resto del ser como implacable sustancia mortuoria y son, también, eternidad impaciente. Puede perderse un hombre débil en los ojos relucientes de una mujer que espera sin ser esperada, puede su sonrisa causarle tanta pena que lo hace esconderse en lo más profundo de su propia materia; llorar a los adentros hasta inundar su sangre de lágrimas y enfermar del corazón al corazón. Jugar con las transformaciones de aquel rostro que no merece ser profanado es eternidad, es repetición, es el círculo que entierra la libertad, que esclaviza el poco espíritu que queda entre los dedos de un asesino o de una ladrona. La eternidad es lo contrario al vacío y aun así se desean mutuamente,  paren al tiempo y el tiempo pare a los hombres con la única razón de no quedarse solo, hueco, inexistente.

sábado, 23 de julio de 2011

Termina, se acaba.

Todo termina, en las mañanas de sol o en las tardes frías de los veranos falsos; todo tiene ciertas fracturas, no finales. Las cosas que aparentemente se terminan se esconden a sí mismas su imagen o se dispersan en recipientes lejanos entre sí. Hoy que termina alguna cosa se forma en otro lado como consuelo del sentimiento que perdura en los corazones luego de alguna muerte, de alguna despedida, de algún desenlace. El desencanto no es mayor que el recuerdo, pero sí dura más que el amor o el odio, o cualquier otro sentimiento perecedero, intermitente, renovable. Los finales son románticamente fundamentales, son la piedra brillante en el anillo del sabio; y hay tan pocos sabios y finales que los fundamentos parecen pasado muerto.


Más que caminar no hay, la única opción en estos días es recorrer al sendero de los que no vuelven, de los que son, si no olvidados, liberados, desterrados o descarnados. Toca esconderse, aún más; toca ver, pensar en otra cosa y respirar sin prisa, hacer de la brisa una serpiente que rodea el ambiente, el suelo, los ojos, la paz de la inhalación. Mirar atrás es desvanecer como los golpes de viento a las montañas de sal un pecado que el dios no ha de soportar.

Las cosas que se terminan no son ajenas al comienzo. Este comienzo no es muy diferente a la nada y la nada no es, siquiera, mínimamente distinta al final.

¿No son todas estas un espectro de la fe que cabe entre los dedos de cada hombre?

Se acaba, se acabó, comienza, comenzó sin mensaje poético.

lunes, 4 de julio de 2011

Soneto a alguna Paulina para poder donar sangre.

Que mi sangre no sirve para donar, que la hemoglobina la tengo baja y me falta hierro.
Estás amarillo, come bien,  eres  muy joven para estar así, me dijo el médico,  yo asentí porque no discuto con la gente que sabe poco.
 Debo comer mejor, bajar de peso, correr por las mañanas y dejar el cigarro. Qué no es bueno fumar después de comer, que mata las proteínas del alimento, qué importan las proteínas si se siente bien. 
Debo levantar el ánimo  y escribir cosas agradables,  felices, contar mentiras,  conseguirme una novia o recuperar alguna que haya tenido, hacer más deporte, olvidar el sabor y ver el contenido,   dejar de leer lo que leo   –dejar de ser yo-
El problema no es con mi sangre ni con mi alimentación, el problema es el corazón; es muy flojo, no palpita bien, no bombea lo suficiente, no aprende a amar y últimamente no siente por mera hueva.
 ¡Es muy flojo! Tan flojo que manda la sangre por partes y desnutrida,  por eso es que mis muestras salen defectuosas y no  puedo donar aunque quisiera.
Seguiré las indicaciones del médico y escribiré cosas agradables, escribiré, entonces,  un soneto a alguna Paulina.

Pero en verdad que es bonita Paulina,
seguro no sabe que su sonrisa
iguala a su silueta en la cortina
justo cuando se quita la camisa.

No le digo nada, no la conozco
como  el mosco que le pica las piernas;
mientras duerme sus noches  me  amanezco,
sin pensarla, recorriendo cantinas.

No la pienso porque no sé quién es, 
ni sé de su cabello el color nuez,
si se lo peina o no lo necesita.

Y ella no sabe que alguien le incrimina
un soneto que no pide una cita.
Pero en verdad que bonita es paulina.

jueves, 30 de junio de 2011

Reencarnaciones del hombre Solo. (fragmento)

He caminado al estilo de los perros  de calle,  a merced del olfato, del oído, de cualquier cosa.  No es temporada de nada, no hay razones naturales, no hay frío ni brama. Se me han cancelado las erecciones desde hace unos kilómetros, no sé si alguien las mató o si me las suspendieron desde arriba. Ni siquiera vuelven al  compartir mi último cigarro con una bella prostituta en bata que se sentó a mi lado en la barra de algún bar de la primera, estoy seguro de que la sangre me hierve a cada respiro y aún así no encuentro donde acomodarla. Me voy de ahí como de todos lados mientras recojo los recuerdos de un rostro triste que le puso la amargura más grande a mi vida. La voz imaginaria llamándome pendejo por no ser de ella de quién estaba enamorado. Cada paso es una imagen que regresa luego de mucho; de todas sé el lugar, la fecha, la razón, el motivo y quizá la hora.
Bajo la banqueta viendo al semáforo y me golpea la memoria de un largo cabello rojo adornando unas grandes tetas metidas debajo de una camisa de kiss, después me llegan, de pronto, otras tetas y otro pelo, parecidas ambas cosas a las anteriores. Doy cuenta de que repito mis actos. Trato de pensar en otra cosa mientras descubro a dos tipos al frente, besándose. Recuerdo de pronto  un beso profundo en la parte de atrás de un auto verde, me pierdo en los detalles, sus detalles, mujer perfecta, toda.  Aprieto los ojos, trato de borrarla aunque sea por un momento, pero la sigo viendo, sigue ahí, me está golpeando. El último espiral de su cabello se marca en mis ojos y aún cuando los abro para seguir caminando se devisa entre las luces del anuncio  de la esquina; estoy maldito, tengo demonios atravesados en mi alma que se tatúan en mis ojos y no me permiten ver la calle.
Las calles no se vacían nunca, parece que dependen de no estar solas, que si se quedan huecas desaparecen, es como si los hombres le dieran la existencia. Mi memoria ataca cuando busco un lugar vacío, es una sonrisa infantil de hace mucho tiempo; callo la sonrisa de un beso, sé que le estoy mintiendo, sé que no me importa qué es lo que le importa a ella, y la beso de todas maneras. Recuerdo que lo quería antes, pero no ahora, cierro fuerte los ojos y los abro después, de frente a un poste. Olvido el beso de aquella sonrisa  y recuerdo los juegos de niños que aún en la preparatoria jugábamos.  De la nada: Servicio social en la enfermería, dentro del pequeño consultorio mientras la doctora estaba en clase.  La chica: ojos grandes y pelo negro; mientras un amigo me cuida la entrada le quito la blusa y levanto el sostén, puedo ver sus tetas mirándome fijamente, le aprieto la cintura fuerte con los antebrazos, como para que no se escape  y le empiezo a besar los pezones, los mamo y los aprieto con los labios, la escucho decir mi nombre y desaparece.  Quién sabe cuántos pasos di mientras recordaba eso pero estoy en una esquina y sigo viendo gente, ésta nunca desaparecerá, como tampoco mis memorias.
Es hora de irse, lo sé cuando comienzo a sudar y el aire me falta. Necesito un cigarro pero se terminaron. Y recuerdo el maquillaje de aquella prostituta, recuerdo su sonrisa también, la que hizo cuando se acercó, la misma que me regaló cuando me pidió el cigarro; ésa a la que un hombre no puede negarse. Pienso que me enamoré de ella y justo cuando termino de pensarlo aparece una mirada, ni siquiera tengo que pensar quién es, lo sé al ver sus ojos desesperados, me mira y estoy dentro de ella, abre la boca para morderme y desaparece.  Volteo  a la izquierda, una luz en el techo de un auto es una señal gloriosa en momentos tan cutres como éste. Tomo un taxi, me tranquilizo.
Para evitar que la música del taxista me traiga recuerdos me concentro en la calle. La línea de la banqueta es blanca, muy blanca, y parece interminable; hemos recorrido largo tramo y sigo viéndola. Larga línea blanca. Y llega otra línea a mi cabeza: dos chicas haciéndome favores en un motel de buen precio, una de ellas está de rodillas en la orilla de la cama, y mientras estoy detrás golpeando sus nalgas mientras entro, inhala, de la otra, el camino hacia  el ombligo que ella misma le dibujó con cocaína. La otra se levanta y la quita de mí, comienza a besarme, me besa todo lo que puede y se tira de nuevo a la cama abriendo las piernas, me llama con sus bocas, las dos; y yo trato de llenar ambas. El taxista evade a un perro, bendigo al animal por sacarme del tiempo. No miro más a la ventana, ya no miro nada, no quiero.
Me pregunto por qué una prostituta se acercaría  a mí. Era tan bella como la misma paz del alma que cuentan que existe, pude amarla como amé a aquélla que tenía un nombre con significado dulce y un rostro de diosa; está a punto de llegar la memoria de su cuerpo desnudo y el taxista para y dice “ya llegamos, joven”.  Yo sonrío, le pago y le doy las gracias, pero no por traerme, sino por evitarme la peor de las reencarnaciones, la de aquélla. Cruzo la calle y camino de regreso a casa.
Siempre regreso al mismo sitio, siempre con la misma cara, siempre a sentarme donde mismo, a seguir atrapando memorias; por más costumbre que por deseo, con más miedo que satisfacción.  Tomo hielo del congelador, los dejo caer en un vaso y se forma una estrella dentro de éste, sonrío y el alma me pesa dentro del pecho, la memoria no me deja estar solo, pienso en todas las estrellas que puedo y me atacan todas, cada una con distinta voz, distinto color, nalgas, pechos, labios, vaginas, ojos, cabellos, dedos, gemidos…
Dejo el vaso, paso las horas con las manos en la cara, como tratando de regresar los recuerdos a mi cabeza metiéndolos por los ojos…

martes, 28 de junio de 2011

A respiro profundo.

El último suspiro de un hombre debe estar contaminado, negro, espeso. Debe parecer la razón de la muerte, debe contener la desesperación de una reacción vaporizada; debe ser oloroso, repugnante, placentero. El hombre debe sacar la vida de sus pulmones, debe escupirla, vomitarla.

Porque nadie entiende el suicidio lento, el suicidio del arte, el suicidio del disfrute. El licor suave de la vida en ocaso constante; la penumbra sin dolor ni miedo, el desapego más profundo, el cuento que no cuenta al futuro en su presente. El presente que siempre es lo que parece y que parece siempre ser mejor.

El más astuto de los hombres reniega del oxigeno, lo opaca, lo esconde, lo pinta. No respira: espira. Se contamina el hombre astuto, se desdibuja del viento, se recorta las alas que le salen de la espalda, las mutila. Se mutila la vida, también, para no estar deforme ni monstruoso, se cuida, los cuida a todos; los baña con sus manos y los seca con vientos de calor y dolor, de podredumbre y nostalgia, de lejanías perpetuas.

El Hombre Solo, no comunica con las palabras que forman figuras en el pensamiento, sino con señales que dibujan arte en el viento con blanquizcos y oscuros tonos de tormenta y llamarada, de fuego arrojado, inmenso manantial de innombrables reencarnaciones de los otros, los que ya no están porque el Solo los suspende, los existe desde afuera y desde otro lado.

Bebe, flota en elixir el engaño del que juega con la muerte en un relámpago de vida. Ya escupe, ya vomita; ya desconoce a los que siempre son, lo que no cambian, los que viven por relámpagos, también.

Él, Solo, no espera que se lo lleven aun cuando pronto le toca despedirse. El hombre no es una quimera de repente, ni una pieza, ni alguna cosa de valor, es sólo ese aire que le sopla al viento casi para correrlo de su rostro, casi para advertirle que si vuelve lo transformará en muerte, en destino, en santidad, en vida que no es lo mismo, en ningún caso, que tiempo.

lunes, 27 de junio de 2011

Cuatro párrafos y un soneto de autoexilio.

I

Hay que sanar las heridas desde el cielo,
arrancar las bendiciones,
condenar al fuego el aliento entrecortado,
abusar del instante, de los olores.

Meterse a la cueva del desprecio,
con los que se comparte el mundo,                       las yagas;
llegar como loco, ahogado, sediento,
mutilado del alma pero con calma.

II

¿Qué con esconderse en la propia piel?
¿Con someterse, el hombre, a sí mismo?
si en su abismo la mujer se hizo miel;
figura que se escurre, un espejismo.

Si los enemigos se han vuelto amigos,
si el rostro ya no le parece humano,
si en vano va cobrándose castigos
que con sangre se escriben en su mano.

Debe separarse del mundo, entonces,
esconderse en su pago de intereses,
volcarse con su vida a la muerte.

Cerrar los ojos para ver adentro,
darle suerte a la suerte de la suerte,
suficiente, para encontrar su centro.

III

Un ojo tragaluz de luna entre las piedras,
iluminación sin rumbo, desparpajada,
una sonrisa curvada en el suelo,
marcada sin dolor sobre las rocas.

La mano de una niña sin velo
mostrando su carita enojada,
hermosa como el canto de las ranas
cuando el hombre las escucha sin mirar.

lunes, 20 de junio de 2011

Mañanas.

I
Cada día amanece un poco más tarde,
el sol se ve más fuerte al salir,
pero sale tarde; 
a la hora de despertar está hirviendo el aire,
y las hojas de los árboles se ven tostadas
por los rayos que  caen de entre las nubes del verano.
Antes no veía esas cosas, prefería los espejos,
ahora ya no hay nada que ver ahí. 
Así que salgo a la calle a ser como la hoja del higo,
o de la enredadera, 
o como las pequeñas hojas del árbol de granadas
que cada vez es más viejo y delgado.
Las aves del paraíso, no vuelan ni cantan,
se quedan quietas  viendo hacia el frente,
como queriendo llegar, con los ojos cerrados,
al otro lado del viento.
Los árboles ya casi caminan,
Se acomodan entre los edificios
porque a veces no aguantan; 
y tengo que ir por ahí, caminando,
persiguiendo las sombras que van dejando
mientras huyen de la luz.          

domingo, 5 de junio de 2011

Que estoy harto.

Que estoy harto,
que estoy muerto,
que la vida se va al exhalar
y no regresa al respirar.

Que imagino, de vez en cuando,
las calles muriendo conmigo;
que las casas se quedan en pie
y se burlan de mí como lo hace el destino.

Que lloro con los ojos en fuego
y me visto de negro
como negro el camino,
negro el momento que en la nada me quedo.

Que el viento ya no sopla
en espirales negros de seda,
que la piel ya no se pinta
ni se moja con la vista.

Que ya no encuentro (en el cielo)
el poco amor que el dios me daba
mientras dormía en la cama o el suelo
con la mujer que llegaba con olor a miel
y se llevaba en sensación desprecio, enamorada.

viernes, 3 de junio de 2011

Soneto (sonreto) al pisto.

Hay que hacer público que le debemos
tanto y tanto al buen y glorioso pisto
que cada sorbo fino que bebemos
le damos un beso de amor a cristo.

Santifica los males que tenemos
con un ardor frío que jamás se ha visto
fuera de la copa que sostenemos;
como si tuviera el saber del misto.

Sacrifiquemos lo poco que nos queda
en nuestro vaso para que otro venga
y de la nada salga cuando beba.

En el secreto del alcohol insisto
que es decreto para que nadie entienda
que siendo un dios da cara de mephisto.

sábado, 30 de abril de 2011

De paseo.

I


He pensado (muy seriamente)

Que he estado en sitios donde muchos más han estado,

Y siguen estando, más, incluso después de irme,

los imagino a todos llegando como yo, entrando como yo,

tocando las puertas igual que yo

y con la misma mano saludando todo lo que está.



Me parece que no fui el primero en llegar,

Quizá el tercero, o el cuarto, pero no el primero.

Veo, en todos los lugares, las huellas que ha dejado

el último que ha venido;

me da risa el momento en que yo mismo parta.



Miro el poniente desde la parte más cercana al sol,

y camino también por las más oscuras partes:

ahí me doy cuenta de que pocos pueden andarse como yo,

todos le tienen miedo a las zonas oscuras de las ciudades,

y de los bosques, y de las calles.



Hay sitios de media luz en las grandes ciudades,

en los grandes desiertos, también.



Hay sitios secos que se humedecen

con la llegada de nuevos visitantes

mientras los viejos se entristecen.





II

Visité un templo de muerte una vez

y no me asustó más que esos de vida

con toda su tristeza y ligerez;

ahí mi sangre la entregué de bebida.



He estado también en vírgenes campos

haciendo “asteriscos para lo intacto”

para ser lo que ya hace muchos tiempos

no soy, prueba de aquel firmado pacto.



Llego y desaparezco dejando hueco,

encuentro una salida, más bien huida,

que señala el camino a donde peco.



Después dibujo una cara de amoroso

y comienza un turismo escandaloso,

Cerrando con comienzo en otro coso.

III

Hago un pase sin mover las piernas, las mías.

Me rebajo al mundo de otros mundos,

no hay peso con cuernos que me doble

ni paso con furia que me rompa.



Allá, acá, lejos o más lejos, unido, partido,

enamorado de un paso que conozco desde su nacer

y que nunca se ha quedado detenido

por más que haya caído sin volver.



Inicié un camino de caídas a favor,

en las tierras de otros me he parado,

con el fuego en las manos he soñado

y con el frío de dios me he de morir.



En las tierras del odioso o del imbécil,

de la quimera o el animal:

no soy otra cosa que el agua que invade y penetra,

que no tiene alma fuera de los recipientes,

sólo en los huecos de la tierra y en el viento

que acelera mis partículas a un destino distinto

cada vez

aun cuando sea el mismo itinerario de despojo

de mi alma y la de los otros;

de mi cuerpo y el de otros.



IV

No soy un viajero,

lo sé,

nunca salgo de mi cuerpo

aquí estoy;

y yo adentro

inmóvil

no es necesario nada más…

no hay más.

En todos lados soy.



jueves, 28 de abril de 2011

Le das la mano a dios.


Mueres,
te vas de largo y vuelves,
prefieres caminar al balcón. Terminas.
Y pides todo por escrito,
lo encierras en un sobre
que sellas con la lengua,
no pides perdón, pero exiges.
Le pides un deseo al pendejo tiempo
que se inmacula en tus ojos
como virgen de piedra. Lagrimeas.
Vallejo te ha hecho llorar
jugando a las escondidas;
y crees que escribes al mundo
y lo describes inmundo.
Cariñito en los pies, te dibujas,
le haces el amor
a cualquiera que amas,
a cualquiera que está.
Reviras, sonríes, caminas hacia atrás,
y es el mismo camino de vuelta.
Ves girar un ojo: una serpiente
devorándose a si misma,
el tiempo pendejo que invita al sueño.
No hay Tic Tac en el inicio del universo,
mucho menos en el quehacer del mundo
guardado en un sobre sellado con la lengua
mojada de un beso desparramado en el sexo
de cualquiera que se ha amado.
Mueres en el balcón luego de terminar,
dándole la mano a un dios…
uno cualquiera.

martes, 29 de marzo de 2011

El trabajo del sueño


Un sueño puede revelar alguna cosa de la vida que la vida misma en su más despierta estancia no puede conocer o no se atreve. En mi caso, ayer, pensaba mientras caminaba a la escuela que perder la vida era una necesidad de los hombres o por lo menos de los hombres como yo; a los que no les queda nada a una edad tan joven que pareciera que tienen los años de sus padres  y les pueden hablar de “tú” como sus más estimados amigos.  Entonces decidí que la vida era un lujo que no se merece el más tonto de los jóvenes ancianos, y que cualquiera que viviera como yo debería estar conciente de que la muerte es la única opción de liberación. Naturalmente que no he pensado en el suicidio, pues ni soy un marica que se esconde debajo de una piedra en medio del combate ni soy un sabio que puede elegir estética y religiosamente como morir. Entonces pensé que lo mejor era dejar correr sin buscar ni evitar.

Paso la tarde completa, ya sin pensar en nada ni ver nada, ni siquiera a las chicas a las que, por mera obligación, doy clases de secundaria. Incluso sólo le di una sonrisa a la gordita que me dijo: “adiós profe”  con una voz temblorosa mientras sonreía nerviosa y me aventaba una mirada llena del deseo que tiene de que me pasee entre sus piernas.  Regresé de mis clases a la casa y sin comer prendí la computadora, justo como lo hago por las mañanas antes de desayunar, debe ser un vicio o una necesidad, incluso cuando no hago nada en esa máquina o la utilice como estéreo o para jugar al King of kungfu; la enciendo y me siento al frente como cualquier imbécil de poca idea y de mucho tiempo libre.  Después, ya noche, duermo y entonces se me viene la representación del pensamiento cumbre del día, y lo sueño:

Estaba con mi hermano de 18 años que, para fines del sueño en turno, sólo tenía 7. Mis padres me habían dado permiso de llevármelo a conocer el mundo, yo contaba con la misma edad que en la vida despierta, supongo, en tanto que lo primero que hice fue llevarlo a la universidad  que, más bien, parecía la plaza río y estaba llena de juguetes; quizá ése es mi ideal de la universidad o  puede ser que represente el hecho de que la misma está llena de alumnos marionetas; o sólo es alguna mamada de esas que en los sueños tienen una explicación  que nunca sabemos pero la creemos fielmente. Mi hermano, como todo niño, tomaba los juguetes sin permiso y jugaba como si no hubiera tenido nunca alguno, después corría de donde estaba y se me pegaba a la pierna y me tomaba la mano, aún  se perdía en la inmensidad de un mundo frío y sin paredes.

Después me encontré a Alejandro Bonada, un excompañero de la universidad que bien podría dar clases de conocimiento popular mexicano (en el más vulgar de los sentidos) en las universidades más prestigiosas del mundo. Él me llevó a una tienda de objetos de todo tipo de cosas  hechas de cuerpos de animales; sólo recuerdo  unas imágenes pintadas en la mitad  de un caparazón de tortuga, unos abanicos hechos de hueso de pez  y unos soldadillos de tuétano que ha mi hermano le gustaron. Dejé, luego, a mi hermano por ahí en el pasto mientras Bonada y yo íbamos a beber un trago que una chica, guapa de más, nos pagaría a cambio de que cuidáramos no sé que cosa dentro de un huevo en una tienda de alimentos enlatados. Terminamos nuestra misión y Bonada me dejó solo y caminó hacia el estacionamiento junto a la mujer guapa, supongo que a como se verían las cosas después a él le fue mejor que a mi.

Cuando llegué al pasto, mi hermano estaba golpeando enemigos imaginarios con patadas voladoras y golpes certeros a las narices de esos seres invisibles; lo miré por un rato y luego le pedí que nos fuéramos, era tarde. Subimos a un camión que nos llevaba a casa, decidimos irnos hasta el fondo y sentarnos frente a frente en los asientos pegados a las ventanas. Hablábamos de cualquier cosa y callábamos de pronto. Luego, de la nada, había una mujer a mi lado, de ropa oscura, la cara polveada, y de maquillaje profundo en los ojos. Jugaba con un revolver en su mano derecha y parecía nerviosa, miraba a todos lados, me miraba a mi  y luego volteaba al inicio del bus como buscando el momento de avanzar, de ir por el conductor y asaltarlo. Mi hermano no se dio cuenta del  arma, y yo no le dije nada; yo sabía que esa mujer asaltaría al conductor y nos quitaría nuestras pertenencias, incluso pensé que sería una experiencia genial para un niño que sale por primera vez a la calle; sería como conocer el verdadero  rostro del mundo, uno alejado del que puede ver dentro de las 4 paredes de un hogar de familia común.

La mujer avanzó hacia los asientos de  la mitad y se sentó en la orilla de uno,  siguió mirándome y buscando el momento para hacer lo que planeaba. Después regresó a su antiguo asiento, se le miraba desesperada, me miraba y yo la miraba también, quizá mis ojos la incomodaban  pero no podía evitar ver a una chica que, aunque bonita, no dejaba de mover un revolver en su mano mientras le temblaba la boca. De pronto se paró y caminó con paso apresurado al sitio del chofer, levantó la pistola y apuntando a hacia donde nosotros estábamos mencionó algo sobre los pasajeros, respecto  a alguna cosa que tenía que ver con robar o quitar de encima. Miré a mi hermano  que agachaba la cabeza y de la forma más natural y tranquila le dije: “tu primer asalto, tranquilo que no pasa nada”. Justo cuando terminé de decirlo levantó la cabeza y tuve frente a mí la mirada más pura saliendo de sus ojos grandes y hermosos llenos de lágrimas y miedo. No dijo nada.  Mientras los ojos le escurrían, en ese segundo que lo miré no paraba de pensar en que no podía llorar también yo, que no me causaba ningún sentimiento ver un arma paseándose en las manos de nadie, que yo había decidido dejar correr y no evitar ninguna cosa natural que me arrebatara la vida,  pero ¿él?  Justo cuando lo pensé, la mujer se acercaba a nosotros  y cuando quise reaccionar, mi hermano se  apresuró hacia mí y me abrazó, me detuvo, tenía miedo de esa mujer y tenía yo que quitárselo, pero no pude. La mujer me puso el arma en la cabeza y le dije: “él sólo tiene siete años, tiene miedo no lo asustes más” como si le hubiera dicho lo contrario le puso la pistola en la frente, mi hermano la miraba y lloraba, fue como si se hablaran con los ojos, entonces mi hermano se pegó a mi sin importarle el arma como si hubiera comprendido algo que yo no. La mujer movió la pistola hacia mi cabeza de nuevo, iba a matarme.   Mi hermano gritó “¡No lastimes su cabeza! ¡No le tires a la cabeza!” luego con su mano izquierda puso mi cara contra su pecho, sólo alcance a ver como la mujer  jaló el  martillo y pegó el revolver a mi cráneo; mi hermano volvió a gritar diciendo: “¡déjame quitarle la cabeza! ¡Su cabeza no!”  Cerré mis ojos y apreté mi rostro a su pecho, no tenía ningún pensamiento, ningún sentimiento ni tampoco quería hacer nada, pensé en lo que mi hermano sufriría y no me convencí de hacer nada, al final él parecía saber que esa mujer  me mataría de todos modos  y no era lo que le molestaba ¿por qué no quería que me dispara a la cabeza?  Quizá creía que había posibilidad de que no muriera. No lo sé y no lo sabía entonces, en ese momento yo estaba con los ojos cerrados clavados en su pecho. De pronto se hace un silencio corto y después escucho el estallido; lo escuché tan lejos, tan leve.
Ya no pude abrir los ojos  y sentía como mi cuerpo caía al costado derecho mientras pensaba  si ésa era la muerte, si así era, si entonces puedo seguir pensando luego de morir, y no paraba de preguntármelo, ya no pensé en ningún acto, tampoco en lo que pasaría después, pero pensaba, sentía, y estaba seguro de que podía ver algo sin necesidad de abrir los ojos.  Yo había recibido  una bala en la cabeza y había sentido como la vida se me iba del cuerpo como un hormigueo que recorría mi piel de abajo hacia arriba y se me desprendía. Mientras caía ya estaba muerto  por dejar correr la vida, estaba haciendo lo correcto, lo que según mi elección correspondía. En ese momento mi pensamiento no tenía polos y olvidé a mi hermano y si moriría después que yo, lo olvidé todo y me disfrutaba durmiendo en un sueño, muriendo en un sueño.

Recuerdo haber estado en una oscuridad profunda por lo menos 10 minutos, sólo pensando, pensándolo todo.

Tomé un golpe de aire que casi me hace estallar los pulmones, desperté. Me levanté luego de unos segundos, caminé hacia la puerta  y miré por un rato las hojas de los árboles recorridas por la lluvia que había caído algunas horas antes. Pensé de nuevo en la necesidad de morir de los hombres como yo, ahora pensando en los otros, en mi hermano y los amigos; esos que dan la razón más pura para seguir alzando el tarro a la luz de una luna  que se esconde tras el techo de una cantina. Aun así seguí pensando que la muerte era la única opción para una vida como la mía. Dejarme morir en sueño en  manos de una mujer flacucha y de rostro endurecido por un maquillaje profundo, cuando en otros  he destruido  dioses con mis puños; me había mostrado que dejarme morir ya era mi elección, ni siquiera el bienestar de los cercanos, ni el murmullo del honor en el acto de morir, nada podría ya salvarme de mi conciente estado de no evitar nada.

Si al final proyecté en mi sueño la elección que en un momento de caminata solitaria tomé, y aún cuando tuve la muerte en mis manos la respeté hasta el final; quizá signifique que he aceptado un destino que se ha pintado en los muros de mi conciencia para no borrarse nunca. No lo sé. Pero sé que he muerto ya una vez, por lo menos en el mundo de los sueños al que no he vuelto desde entonces, quizá por la misma razón, tal vez de aquel lado, en el de los sueños, no existe la reencarnación.  

domingo, 20 de marzo de 2011

Despertamos.

Después de que se va la esperanza de un hombre respecto al instante más sombrío de todos, se aparece la razón de la existencia como un pedazo de terreno que nos da una nada tan exuberantemente física. El hombre, la mujer, y el espacio que existe entre ambos es la inocencia del contacto que se prohíbe por mera naturalidad; del modo que sea, se supone, que estamos viendo el instante de un arrepentimiento, como sentir la culpa de un sudorcillo sin pasión ni razón; como golpe de sonrisa acomodada con esfuerzo en el rostro de alguna, alguna que te contesta con una mirada sin respuesta.

La soledad que se siente por las mañanas, luego de estar tan absolutamente acompañado, la disfrazo de una pena minúscula pintada en el entrecejo; la visión del rededor se escurre mientras se desparrama la mirada a medias  del descorazonado hombre que se cuelga el palpitar de otros en un bolsillo o en un bocado que se atora en la garganta o en la boca del estómago. Como trago de licor barato pero suave; el instante se pasa pronto y a lo amargo se le encuentra el placer en la costumbre.  Aún cuando el licor se asemeja mucho al más de los fieles amigos, nada se compara con la hermandad que muestra cualquiera que puede compartir el trago con los otros, con cualquiera, conmigo y con ustedes los de afuera del monitor.  La comezón en la nuca y la desesperación que me hace tallarme la nariz una y otra vez se desvanece cada 20 minutos, cada 15 ó 10, y significa lo mismo que cualquier otra cosa que se preste para ser quienes queramos ser; el imbécil, la amargada, el tristón, la fumadora, el pacifista, la envenenada, la emocional, el insecto, el dormido, el embriagado de la vida, el insatisfecho, la mancha de licor en el suelo, la imagen de la virgen en el santiamén de los tiempos remotos, la escuadra que dibuja la línea recta entre un paso y el otro, la caída o muerte de la estocada torera, matador de peso incesante, gota de sudor que cae desde la punta de la nariz a otra nariz.

Y puedo caminar entre la multitud que te ve como extraño y te muere como extraño, pero no se podría nunca sobrepasar la sobriedad de un momento deslucido bajo el sol de la mañana gris en la que estamos. Ni yo, ni ella, ni él, ni tú, ni nadie podría, ni siquiera la significancia de dios en un muro que da la piedad en los ojos de una desgarrada conciencia asesinada por la violación de una de sus letras enamoradas. Así entonces ¿Cómo Gil de Biedma decidió no volver a ser joven habiendo tanto que hacer y  tanto que seguro no hizo por equivocarse cada tanto? Y si la vida va en serio y no se atreve el tonto a notarlo por miedo a una revocación cuasi infernal y abrumadora que esconde la sustancia de un adiós, de un beso, de un saludo de amor, de una mano rozando a otra por el mero placer de hacerlo, de unos labios improvisando una visita a otros por que ya estaban ahí, por que no había más que hacer.

Porque al final yo estaba tan irremediablemente triste que nada de lo que pasara en el sitio en el que estuviese valdría  suficiente la pena para enamorarse de ésa y esconder el alma en un suspiro de vejez de la noche. Al final estaba yo tan triste que cuando mire hacia el suelo pude respirarlo como quién respira el infierno en una botella desalivada  con el rostro vacío de llorar. No podría, yo, escribir versos tristes, pero qué triste estaba;  y qué amor respiraba del mundo. Como la madre al sonreír al fracaso de un hijo, como las aves dándose de picotazos en el suelo lleno de manchas, como la de las maravillas sonriéndole a la mirada de un idota deforme, como yo y otro mareándonos a propósito en una rueda fortuna que no hace girar a nadie ni a favor o en contra del reloj, ni a favor ni en contra del tiempo… entonces me pone triste otra vez. Qué vacío el mundo si lo miras desde el fondo de una pila llena de recipientes que ya no pueden contener más que el aliento de un hombre cansado de repetir.

lunes, 14 de marzo de 2011

Desde “El charquito” cochino y los intransigentes, hasta la comezón en la nuca. Cosas mientras espero en la oficina oval

No le hemos encontrado la razón a nada.

La verdad se esconde entre los dedos de la mano de dios.

Los poetas ya no valen lo que valían. Los poetas son putas… lejos del buen sentido.

El Papasquiaro, el que me aprendió eso de renegar de su propia situación académica, se volvió más criticón que crítico, y cuando le da la gana se pone a hablar de ortografía. El  compa le hace segunda a un charco de meados al que casi no le creo nada; un tipillo que se la vive a los extremos como chico enamorado de la pubertad… aunque debo decir que aunque sea un mamón que se la pasa pontificando; tira algunas verdades de lo culturoso. Y debo decir que lo cultuoso nos caga.

He escuchado críticas feroces a Vargas Llosa, no sabía que en el círculo intelectual también se dejaba llevar por eso del  “digo lo que dicen”; por la existencia inauténtica pues.

Los del colectivo intransigente son pendejos. Me da pena el sólo pensar que esas bocinas llenas de baba y babosadas lleguen a los oídos de las personas equivocadas, es decir; a los oídos de la demás gente pendeja a la que le puede llegar a gustar tanta mamada e insolencia intelectualoide… Es que no puedo argumentar con tanto desprecio, perdón, pero de que son pendejos son pendejos.

Los poetas dan clases en un cobach o en preparatorias de paga. Los verdaderos poetas saben que no hay necesidad de trabajar…  ni de escribir.

No sabía que existieran poetas vírgenes. Deben ser geniales.

Es cuestión de tiempo y de actitud, pero algunos idiotas dejarán de serlo y buscarán un lugar mejor; entonces las escuelas de filosofía y de literatura se quedarán vacías por el bien de todos.

… no. Oliverio Girondo y su puro no me dan comezón en la nuca.

Los tipos que escribimos por el puro afán de no enfermarnos de cólera o de lo que sea, deberíamos ser castrados.

Yo también quiero  una tia chofi.

La poesía canallesca, que es hermosa,  se baña en aguas alejadas de Tijuana, por eso acá tenemos a los intransigentes que, como dije antes y aún más atrás, son unos pendejos.

Los seres humanos hemos cambiado la sorpresa natural y la exaltación de las buenas cosas de la vida por el “me gusta”.


Cada mañana el sol se lamenta salir a dar la luz y la vida a una bola de pendejos hambrientos en el peor sentido.

Hacer el amor es una rutina tan necesariamente aburrida para algunos… (¿?) ¡Qué prefieren comer!

Las mujeres y los hombres comenten los errores más comunes.

La mujer se va a la cama moviendo el trasero  y el hombre le dice: descansa, te alcanzo en un rato.

Una cerveza, dependiendo del sitio, puede hacerte tan exoneradamente feliz.


El “All you need is love” y el “is this love” sólo demuestran: … Por lo menos en el caso de la rola del Marley: el peor de los sentidos.


Los esqueletos ya no suenan como en los noventas.

Las tetas y las nalgas ya no valen como antes, ya cuestan.

A los hombres, que cada vez somos menos,  nos queda cada vez menos.

Una de las bondades del gusto por leer es que existe la Divina comedia.

La ventaja del PlayStation 3 es que puedes ser Dante y cruzar el infierno al lado del Virgilio para volverte a tirar a Beatriz, que además tiene unas tetas increíbles; sin olvidar que condenas o absuelves las almas de los seres destinados a pasar la eternidad en un infierno con unas gráficas increíbles… Pero también la Divina comedia es chida.

Con todo  y el ps3 nos queda tan poco.

Cada vez son menos las guitarras que suenan con el rozar del viento.

El buen paso ya no es una opción decente.

La poesía dejó de existir hace años.

A mi no me queda más que la firme convicción de que lo único que queda por hacer es respirar una y otra vez, hasta que los pulmones se cansen o la nariz se bloquee espantosamente... no importa con qué. Al final sólo escribir algún ripio cualquiera es lo único que puede hacer al alma olvidar esa tonta convicción.

martes, 8 de marzo de 2011

Descrita a la fuerza (soneto)

A veces intento sonetos porque 
es la más rítmica de las formas de escribir; 
porque puedes tararear el poema 
sin dejar de sentir el sudor de un hombre 
vaciándose en el papel mal agradecido.

El moderno no entiende de estas cosas
porque nunca ha lanzado hechizos.


Diagonal caída de gotilla simple,
piel como filo de orilla de vaso,
mirada de rabia, mujer terrible
con espejo claro y de lento paso.

Una vela de luz inconfundible,
imágenes del cielo en cada brazo,
tortura majestuosa irresistible,
inmortalidad dulce de Pegaso.

La cuna de una criatura temible
en los brazos de fuego del ocaso,
estatua de una virgen insensible.

Mátame en el hueco al entrepaso,
en la húmeda sonrisa inaccesible;
beso infiel de mujer de frío escaso.

domingo, 6 de marzo de 2011

Happy Birthday

Nací un viernes, a las 8 de la noche. En mi casa miraban el exorcista a la hora que yo llegué. Y yo cada año, a estas horas de la noche, siento que me posee un demonio de lo más triste; pero sobre todo, de lo más jodido. Debe ser el clima de la fecha, que ni es invierno ni es primavera.
A mí, mi madre me parió con la ilusión firme de que llegara a ser alguien, cuando menos, lo suficientemente provechoso para no tener que batallar por un plato en una mesa de madera. La única verdad es que nunca he batallado por un plato ni por una mesa, pero también es cierto que nunca me he ganado nada siendo un hombre de provecho. Debe ser que no lo soy.
La profesión de comediante, la de llorón y la de hablador son en las que más tenía futuro cuando niño. Hoy siguen siendo las mismas, pero a mi edad ni con el mejor de los entrenadores les sacaría buen provecho.
A mí, alguien me dijo una vez que los hombres fuman después de coger, mientras lloran, cuando están solos y a la hora de beber en buena compañía... Cuando se juntan dos o más de las posibilidades quizá sea momento de un habano. A veces no se tiene ninguna,  pero que ganas tan desgarradoras de fumar un último cigarro... uno que no enferme pero que mate.
Nada en estos años me ha preocupado lo suficiente,  siempre que me equivoco la vida me sonríe y yo le hago ojitos pa' que crea que me vale madres. Mi grupo de amigos que son los suficientes para no ser tantos,  siempre me recuerdan que antes de evitar una estupidez sea lo suficientemente estúpido para no dejarlo pasar; que las estupideces son siempre la más pura fuente de energía para las almas que no producimos ni un carajo.
Que si estoy o estamos jodidos... es una cuestión de actitud, por eso es que eso de hacerle a la filosofía de los hombres ilustres siempre me ha parecido un acto antinatural... como el tiempo, por eso es que hoy acabo de nacer. 
Happy birthday me han cantado.. y yo que no sé si festejar mi vida o  la ventaja que llevo en mi interminable pelea por no madurar. Un día escuché a Rafael Inclán decir que madurar es una pendejada, y aquí somos de todo, menos pendejos.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Notas...

Cómo nos cambia el alma... pareciera que la identidad se nos va de las manos y nos hacemos pequeños en un parpadear del sol... uno tan violentamente lacerante.
Que si la vida se nos va de largo, que si el viento no nos mueve más el cabello... nada importa. El alma nos cambia, se nos muere, eso quizá; signifique renacer. Pero quién sabe, luego de tanta muerte sin retorno.
Las mejores cosas se acomodan siempre en un extremo lejano, ni siquiera visible, le ponemos pies al mundo para que no gire, le damos vueltas al cuerpo para dejar de sentir los pasos bajo las suelas.
Las mujeres más hermosas se esconden en su piel y se hacen tan invisibles que parecen perfectas. El alma intocable. Los tipos como yo saboreamos el espacio que existe entre esas imágenes de fuego y miel ; y   nosotros. Nada de lo que aparezca en ningún otro lado se equipara a un espacio como ése.  
Cualquier piel se acomoda en los huecos después, todas engranan de manera tan natural que el momento convence, todo convence, el cielo convence, el engrane es un paraíso de silencios mal logrados.
Y luego hay que echar la mirada a la derecha, abajo…  siempre un apretón de labios casi consiente, casi planeado, no lo querías. Dura tan poco el amor por el momento; que prefieres el destello de una luz conciliadora que nada diga.
¿Cuántos pasos hay que  dar hacia atrás para regresar momentos alineados tan estrictamente en orden y volverlos a empezar?
La respiración detiene el tiempo y a nadie le queda la suficiente fuerza de sobrevivir sin respirar lo suficiente. Detener el tiempo es morir. Descubrir su inexistencia, la del tiempo, es la vida plena de cualquiera.
Ya no cabe respeto en ningún sitio, acomodarlo es la tarea más difícil de los hombres, no cabe en un cajón medio ocupado, ni en una caja de cartón.  Puedes tener un montón de espacios vacíos, cientos, y la suma de todos los vacíos no es suficiente para semejante porción de incomodo respeto.
Luego le dibujas un rostro al ente tan despreciado que es, y nadie lo compra, no es suficiente, no basta la forma para mostrar al espíritu, aunque no sea necesario porque no exista  o por que sea una anomalía.

Las líneas que pongo en los textos generalmente llevan nombres de mujer, y aunque nunca diga alguno textualmente, es tan evidente que la escribo que a la mañana siguiente me avergüenza hondo.  
Ya he tenido en la extensión de mis brazos a la más hermosa de las mujeres que haya visto, y ha durado tan poco por mi simpleza, que a cada parpadeo lacerante, como el del sol, puedo ver esa imagen completa,  como un recuerdo instantáneo que abarca el suficiente tiempo para no poder respetar, ni un segundo, todo lo que ha valido el dolor de ser un instante de brisa coqueta, acomodada en un pequeño espacio de un cielo atormentado.

viernes, 11 de febrero de 2011

Adieu, mi callado amigo.


Nunca he escrito nada, estando tan terriblemente triste como hoy.
Pensé, por mucho tiempo, que una despedida así de dolida y triste sólo se podía escribir por una mujer, una que por lo menos fuera medianamente bella, y que además me hubiera dado tres o cuatro noches que no pudiera olvidar. Porque  las cosas más importantes son así, de interés, de conveniencia y de un poco de superioridad social respecto al tema más burdo y pedestre que se quiera. La gente sólo se entristece y llora por eso que les daña una parte de su ego o de su estabilidad existencial.
Si hoy hubiera llorado, me sentiría más tranquilo, de lo más normal, incluso cuando no fuera una escena que me gustara, representaría, de algún modo muy literal, que estoy sacando todo eso que, se supone, debo sacar para encontrar la paz luego de una pérdida que, esa sí, es irreparable. Debo estar en shock, fue la noticia con la que he recibido el día,  y en la que no he dejado de pensar incluso hasta estas horas.
Acostumbro pasar algunas horas del día, solo; la gente se va porque supuestamente tiene cosas importantes que hacer, y para mi la más importante es que se vayan, y no tengo que hacer nada para que eso pase, sólo esperar a que todos hagan lo suyo. La única razón, es que estando solo, puedo escribir algunas líneas que no  tienen más ambición  que alegrarle o enfurecerle el corazón a alguien, cosa que me es suficiente para llevar un humor tranquilo el resto del día. Soy un mamonazo, y a veces escribo sin querer, aun cuando es lo único que quiero. Así que pasaba mañanas, solo, escribiendo algunos ripios que, en momentos, se detenían; pasaba minutos con las manos en el té y los ojos donde sea. Justo en esos momentos, escuchaba un grito desde afuera, uno que superaba a cualquier otro sonido,  él sabía que la casa estaba sola, y que yo no era suficiente espíritu para que se sintiera acompañado. Cuando lo escuchaba, salía con él y le llevaba una galleta, o un pedazo de fruta, cuando no había nada más le daba una tortilla seca, al fin que él es capaz de comer lo que sea que le llene el estomago.  En momentos como ese, solía hablarle  de cosas que en algún momento se mostraban importantes; del futbol mexicano,  de la música de los gringos, del indulto de Sebastián Castella  a Guadalupano, de sus silencios, de su forma tan extraña de quitarle primero el dulce o el chocolate a las galletas, le decía que no podría yo comer algo que tomo con mis pies,  le hablaba de los textos, de la mujer en turno, del viento en las mejillas de alguna, de su vida de hombre solo, de mi vida de hombre inútil. Él sólo escuchaba, no podía hablar, nunca supimos como enseñarlo; emitía un sonido parecido a un quejido, un quejido en su sitio. Cuando ambos terminábamos con la galleta, o lo que fuera, regresaba a mi computadora y podía escribir algunas líneas más. El ya no volvía a gritar.
Por las tardes miraba la televisión con mi papá, hasta comían juntos, y si mi papá se iba al sillón, él lo seguía hasta allá, sólo por un poco de atención, o de comida quizá. Caminaba por la casa cuando le apagaban la luz y buscaba a alguien que la encendiera de nuevo, parecía a veces que era muy temprano para hacerlo dormir. Le molestan los extraños, se hacía un peinado punk cuando miraba a alguno, los mira de lado y se le enrojecen lo que parecen ser las mejillas, le enfurecía ese olor a extraño, sobre todo cuando se trataba de una mujer. Le tocó ver a más de una.
Le decíamos feo, no por que lo fuera, en realidad es un ser angelical, las alas le brillan a la distancia, su piel está cubierta de colores;  los cuales un hombre común no podría soñar nunca, ni siquiera en el respiro de la muerte. Sus ojos lo pueden ver todo, y aprendió a vivir como uno de nosotros, sabía en que sitio estaba todo lo que podía tener en la casa e incluso iba a la mesa por una tortilla o lo que fuera. Sabía que lo merecía todo de nosotros, sabía que aunque amargado, indecente, gruñón e indeseablemente gritón que es, le daba a nuestros rostros un montón de muecas que se asemejaban a una sonrisa sincera. Qué bueno que tenía la  rara fortuna de no hablar ni siquiera un poco, y que hiciera que nosotros interpretáramos sus sonidos; así, incluso cuando estuviera maldiciendo su tan libre encierro,  nosotros,  lo tomábamos por un “gracias”, un “adiós” o un ¡David!
Esta mañana, despierto y salgo corriendo, en la sala, la jaula vacía, la puerta de la casa abierta, mi madre afuera, aguantándose el llanto en las pestañas. Buscando por donde sea. Yo miro al cielo, a los árboles, sonrío un poco y vuelvo a la cama, ni siquiera lo busco ni un momento. Se fue. Y no es un malagradecido por no volver o por irse de pronto, le doy el beneficio de la duda y pienso que quizá se volvió loco, que quizá se enfermó, que quizá  fue a dar una vuelta por el cielo y al rato viene por una galleta. O quizás estaba a punto de morir y se fue antes de que pudiéramos verlo muerto, quizá nos hizo ese favor.
Pero se fue,  y se fue tanto.

Justo al terminar, comencé a llorar.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Anti-intransigente.


Una mercadería de palabras en cuatro patas,
supuestas honras a alguna luz de viejos ojos
y negras nubes balanceándose en un autobús,
uno que no entiende ni necesita.

¿Qué es la intransigencia en una figura poética?
Una redundancia casi inhumanamente tonta,
la forma de fluir sin fluir con el viento,
una bocina llena de baba.

Se caen las monedas del dolor poético,
estúpidamente muerto, estúpida emanación.
Tan poca emoción en el sueño,
Tan rotunda la muerte del ritmo.

Gemidos mutantes, hipérboles,
poesía casi inventada, una ola innecesaria,
violenta, casi con un espíritu artificial…
caras duras de corazón sin ejercicio…
poesía de juguete, monitos de acción.

¿Qué es la poesía cuando trata de algo que no es espíritu?
¿Qué es la poesía si habla del narcotráfico como un ente ajeno y peligroso?
¿Qué es la poesía cuando habla del narcotráfico?
Carajo.

Luna interior.


Hay una luna escondida
en algún sitio del cuerpo,
ahí, dentro de algún tejido, 
acomodada en algún hueco.
Una luna enamorada de la luna,
luz de irresistible imagen,
cadencia inigualable del universo,
corazón que late luego de morir.
Es una luna tímida, olvidadiza;
se le olvida que es hija de alguien,
que es inmortal
y que lo que le brilla es el alma,
y no la figura.

La luna dentro
y el sol también,
o quizá no y sí.
Una bestia de dioses,
como lo es el hombre;
no puede ser diferente,
donde hay uno hay dos,
donde no hay, hay.  

Luna de bruja,
ilumina tu pecho,
dios emanando.

sábado, 5 de febrero de 2011

Tres de amor.

Porque todavía se puede escribir de amor…

I
La sombra de un espiral,
una mancha
tan increíblemente hermosa;
cuesta trabajo dibujarla.
No basta el hilo de la vista perdida
en la mas corta de las gotas de agua,
brillando tan terriblemente bello;
que el propio sol se esconde
debajo de la pena de una nube, que opaca:
no el brillo de aquellos ojos
infinitamente grandes,
grandes…
sino el fuego de la poca vida de un hombre
que ha dejado todo en las manos de un dios;
estúpidamente despistado.

Le hace el más tierno favor al mundo,
le da la mano al que camina detrás;
el segundo en la espera
de posibilidades interminables.
No le ha dejado nada a nadie,
pero no ha guardado nada.
Ni el brillo de los ojos de miel,
ni la sombra que mancha
el suelo de espirales,
ni la gota corta,
ni su fuego mismo.
Y a dios no le reprocha la perdida fe.
A sus manos no les oculta la pena,
del olvido que sufrieron del roce divino,
perpetua animalidad de una culpa endemoniada.
Tan arrebatadamente endemoniada.

II
Las gotas, la mesa, el sofá, mi bosque,
el pasillo, la escalera, la arena,
el beso enorme del si puedo, nena,
el sí, el castigo por lo que toque.

El hueco enorme en la parte de atrás,
el soplido de una ventana abierta,
el pelo enmarañándome la vista,
la mueca, el pesimismo, los nomás

el cuerpo, tu nihilismo, la piedad,
la estrella, ese extraño olor de coche,
el precipicio, la poca verdad.

La hora de irse, el beso repetido,
el viento acariciando las mejillas,
sobre todo ese viento en tus mejillas.

III

Una vez le soplé al oído alguna voz que jamás se ha repetido,
una de ida y sin vuelta, una de borrar la memoria,  
una de poner el cielo bajo los párpados
para mirarlo hacia adentro.

De vez en cuando las piedras
dicen su nombre en los charcos,
cuando caen tres seguidas.

A nadie le sobra un latido,
como momento de esos que no regresan,
efímera proporción del giro del mundo,
catástrofe natural de una madre
piadosa e indecente.

Un loco escucha tres piedras en charco,
como latido y medio, o como un nombre,
hay quien sólo escucha tres chasquidos callados
¿Qué escuchará aquella que se refleja
en esas ondas, que cualquiera puede ver,  
a pesar de lo que escuche?