sábado, 5 de febrero de 2011

Tres de amor.

Porque todavía se puede escribir de amor…

I
La sombra de un espiral,
una mancha
tan increíblemente hermosa;
cuesta trabajo dibujarla.
No basta el hilo de la vista perdida
en la mas corta de las gotas de agua,
brillando tan terriblemente bello;
que el propio sol se esconde
debajo de la pena de una nube, que opaca:
no el brillo de aquellos ojos
infinitamente grandes,
grandes…
sino el fuego de la poca vida de un hombre
que ha dejado todo en las manos de un dios;
estúpidamente despistado.

Le hace el más tierno favor al mundo,
le da la mano al que camina detrás;
el segundo en la espera
de posibilidades interminables.
No le ha dejado nada a nadie,
pero no ha guardado nada.
Ni el brillo de los ojos de miel,
ni la sombra que mancha
el suelo de espirales,
ni la gota corta,
ni su fuego mismo.
Y a dios no le reprocha la perdida fe.
A sus manos no les oculta la pena,
del olvido que sufrieron del roce divino,
perpetua animalidad de una culpa endemoniada.
Tan arrebatadamente endemoniada.

II
Las gotas, la mesa, el sofá, mi bosque,
el pasillo, la escalera, la arena,
el beso enorme del si puedo, nena,
el sí, el castigo por lo que toque.

El hueco enorme en la parte de atrás,
el soplido de una ventana abierta,
el pelo enmarañándome la vista,
la mueca, el pesimismo, los nomás

el cuerpo, tu nihilismo, la piedad,
la estrella, ese extraño olor de coche,
el precipicio, la poca verdad.

La hora de irse, el beso repetido,
el viento acariciando las mejillas,
sobre todo ese viento en tus mejillas.

III

Una vez le soplé al oído alguna voz que jamás se ha repetido,
una de ida y sin vuelta, una de borrar la memoria,  
una de poner el cielo bajo los párpados
para mirarlo hacia adentro.

De vez en cuando las piedras
dicen su nombre en los charcos,
cuando caen tres seguidas.

A nadie le sobra un latido,
como momento de esos que no regresan,
efímera proporción del giro del mundo,
catástrofe natural de una madre
piadosa e indecente.

Un loco escucha tres piedras en charco,
como latido y medio, o como un nombre,
hay quien sólo escucha tres chasquidos callados
¿Qué escuchará aquella que se refleja
en esas ondas, que cualquiera puede ver,  
a pesar de lo que escuche?

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