lunes, 27 de febrero de 2012

A nadie le digo. Gota.


I
Es cierto, a nadie le digo:
que sigues siendo la gota delgada
que cuelga del grifo cada noche callada;
 tampoco que duermo mientras te escucho
 y que despierto abruptamente si dejas de sonar.
Es cierto, a nadie le digo:
pero estoy seguro que esa cicatriz parecida a un lunar
está acá desde hace dos noviembres 
cuando decidiste desaparecer de las madrugadas frías;
a nadie le dije, tampoco,
que seguro esos cielos escondían más estrellas
 y que algunas se tatuaban en tus manos.
Es cierto, a nadie le digo:
que el día que te fuiste
fue el mismo día que decidí  
convertirme en otra cosa,
que luego de ese día pensaba
convertirme en suficiente;
si no para ti, yo,
por lo menos para que uno de mis textos ocasionales
fuera lo mínimamente capaz de representarte,
aún cuando a nadie le diga:
que las letras pueden superarlo todo
menos la repetitiva imagen, pura y religiosa 
de la gota descolgándose del grifo.

II
Que callera del grifo le pedía, 
y por más que arrojado le gritaba
con tal fuerza que al alma no cabía
la gota tonta, necia se negaba.

Cuando  terminase, ella, moriría,
igual que todo lo que escrito estaba,
el pasado que ya no dolería 
y el futuro que yo muerto esperaba.

Gota, cae, que sin ti no viviría.
Por más fuerte que al grifo le pegaba
ni la sombra de la gota caería;

sólo ir a la cama, triste, bastaba:
al aceptar que mi gota perdería
del grifo la gotera comenzaba.