Si no fuera
el cielo, ese de arriba que nos
mira,
los ojos
del suelo nos mentirían a cada mirada
Si no nos
miran las nubes desde arriba
¿Qué se
dicen entre ellas para ponerse a llorar?
Si lo poco
que queda es la mano y los brazos,
si el
viento se hace frío cuando golpea la ventana
y se queja
de no poder entrar.
¿qué otra
cosa, mujer, que atestigüe lo poco que somos
cuando esto
que parecemos se vuelve una cosa infinita
entre
palabras y gestos, entre golpes gentiles
y besos
escondidos en el silencio de una mirada casi ciega?
No diré
nada, porque no sé decir nada,
mis
palabras se acortan con la voz de tus labios,
mi pensamiento se nubla como las tardes bajo
de los árboles.
No te
mentiría, no diría, nunca;
que soy
otra cosa que la que ves de tarde en tarde
peleándose
con su propia sombra para no ser un cuento penoso.
Las miradas
son cosa de contrastes, de luces, ni siquiera colores;
las miradas
son dibujos instantáneos de momentos,
deseos de
momentos, monumentos de momentos;
por eso hago un monumento de tu piel cada que
la veo,
por eso
dibujo el cielo en el techo y el suelo en mi espalda.
Porque no
soy otra cosa que el momento,
que lo que
se va más tarde,
lo que
estará lejos, después, lo que no estará luego.
Y si el cielo tuyo o el mío o el de otros es
el único que ve
que somos
lo que somos sólo cuando lo parecemos,
entonces le hago un monumento al cielo de los
cielos
y al viento
que rebota en la ventana
por mirar
lo que hago para llegar a ser el viento mismo
de las ventanas
que roza el
cielo cuando yo no, y que besa el suelo cuando yo no.