Puedes mirar
la orilla de los ojos del hombre, ponerlos cerca de los ojos de una mujer y escribirles de manera compartida las
sensaciones que desconocen entre sí. Puedes dejar que se acaricien, que se
besen los oídos con lo superficial de los labios mientras cuentas las descargas
interminables que se disparan de piel a
piel. El ser de ambos es uno y se
muestra o se esconde a placer, placeres...
Lo que se
extraña cada momento, incluso cuando se está cerca, es la simpleza del
derroche, la cercanía; lo que se tiene cada que se quiere y se desprecia
solamente con especificidades. Dejar de escribir por la falta necesidad es una sensación
reemplazable, sólo se deja de escribir cuando deja de ser necesario o
fundamental. Qué difícil es empezar,
escribir de ojo a ojo con la cara tejida
al alma y con la imposibilidad de cambiarla con fe, con paciencia o distancia.
Es cierto que los reemplazos son prescindibles que uno siempre regresa al
origen que evita el mal. Dejar de escribir porque la otredad ha sustituido el
valor del desahogo en letras es una cuestión de mera actitud, de necesidad involuntaria, de golpes no elegidos que han
de marcarte con fuego y sangre.
Te enamoras el
primer día de la primavera esperando que dure por lo menos hasta el último día
del invierno. Todos somos seres de una sola estación, traicionas al otoño y a su llegada te cobra con el golpe mismo
que le has dado. No puedes esperar que sea de otra manera, aquel que vive libre
paga por él y por los otros. Siempre hay otros, muchos, tantos que ha de ser
interminable contarlos y contarles lo que debieran saber.
Es cierto que
lo que se extraña, generalmente, es la
superficie del cuerpo; es lo inmediato
lo que da forma al fondo, es lo humano.
No eres humano, a veces, no
siempre eres tan humano para ser un canalla ni tan canalla para entrar en las
normalidades. Es cierto que podrías escribir toda la vida con el dolor de una
punzada que entre más pequeña más duele en el alma, es cierto que lo harías con
el placer muy parecido en valía al tamaño del dolor; pero estoy seguro justo
ahora mientras tú eres este que pone las letras que dejarías de escribir
nuevamente por llegar, como parecía que llegarías, al último día del invierno para
que comenzara irremediablemente la primavera.