martes, 13 de noviembre de 2012

El último día del invierno.


Puedes mirar la orilla de los ojos del hombre,  ponerlos cerca de los ojos de una mujer  y escribirles de manera compartida las sensaciones que desconocen entre sí. Puedes dejar que se acaricien, que se besen los oídos con lo superficial de los labios mientras cuentas las descargas interminables que  se disparan de piel a piel.  El ser de ambos es uno y se muestra o se esconde a placer, placeres...
Lo que se extraña cada momento, incluso cuando se está cerca, es la simpleza del derroche, la cercanía; lo que se tiene cada que se quiere y se desprecia solamente con especificidades. Dejar de escribir por la falta necesidad es una sensación reemplazable, sólo se deja de escribir cuando deja de ser necesario o fundamental.  Qué difícil es empezar, escribir de ojo  a ojo con la cara tejida al alma y con la imposibilidad de cambiarla con fe, con paciencia o distancia. Es cierto que los reemplazos son prescindibles que uno siempre regresa al origen que evita el mal. Dejar de escribir porque la otredad ha sustituido el valor del desahogo en letras es una cuestión de mera actitud, de necesidad  involuntaria, de golpes no elegidos que han de marcarte con fuego y sangre.
Te enamoras el primer día de la primavera esperando que dure por lo menos hasta el último día del invierno. Todos somos seres de una sola estación, traicionas al otoño  y a su llegada te cobra con el golpe mismo que le has dado. No puedes esperar que sea de otra manera, aquel que vive libre paga por él y por los otros. Siempre hay otros, muchos, tantos que ha de ser interminable contarlos y contarles lo que debieran saber.
Es cierto que lo que se extraña,  generalmente, es la superficie del cuerpo;  es lo inmediato lo que da forma  al fondo,  es lo humano.  No eres humano, a veces,  no siempre eres tan humano para ser un canalla ni tan canalla para entrar en las normalidades. Es cierto que podrías escribir toda la vida con el dolor de una punzada que entre más pequeña más duele en el alma, es cierto que lo harías con el placer muy parecido en valía al tamaño del dolor; pero estoy seguro justo ahora mientras tú eres este que pone las letras que dejarías de escribir nuevamente por llegar, como parecía que llegarías, al último día del invierno para que comenzara irremediablemente la primavera. 

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