Ya no
escribía porque no había nada que quemar,
los inciensos sin sentido son masturbaciones del alma, insultos a la memoria, memoria de un humo espiral que decora los templos
cuando se vacían de dios. Los ojos terminan en el suelo.
El sol tras las nubes, encima de ellas, dentro.
Las gotas
de lluvia son piedras de débil cristal que cortan el suelo cuando mueren. Lo
poco que soy a través de una ventana; la calma de la muerte, la cama sujetada
al suelo para no volar por las noches sin sueños.
El humo
espiral colándose para teñir de cobre las paredes blancas, elegir los huecos o
hacerlos sin preguntar si debiera. La cortina que se parece al velo de maya,
nube artificial debajo de la luz, que se queme, como todo lo otro se ha de
quemar bajo las pestañas del gigante ojos de fuego.
El amor es
un empaque naranja que rompen los valientes ignorantes. Metálico por dentro...
vacío... como todas las cosas se vacían inversamente. Es el viento descarado. La muestra de un
perfume.
Tenía en
sus manos el fuego.
Todos lo
regalan, lo visten para que sea humano, le regaló el fuego para que hiciera lo
que los valientes, no todos son tontos para ser valientes.
El fuego
elige, como los truenos a las nubes y la sangre hierve según el alma, incendia
según la fuerza. Mira desde lejos la ciudad hecha polvo luego de su viaje.
El canto se
ondula y los colores se avivan como
luz. El tiempo es un adorno que
esclaviza la esencia como la puerta de siete sellos que es empujada rítmicamente
sin abrirse como para dar vida a cada pálpito forzado por la natura.
A veces,
cuando los vientos golpean y los árboles caen bajo la lluvia, se debe hacer un
sacrificio con el fuego que todo lo ha
iniciado. Ser inicio, ser caos también. Los pasos que dejan marca no son los
que se ven con los siglos como la voluntad de los dioses cómo símbolos de la
virtud. Son en todo caso los culpables de la debilidad del fuego ahora.
Las gotas
de lluvia, esas que humedecen los pastos y enfrían las cabezas son el fuego,
como los huecos en la pared blanca, como el vaso esperando romperse y el agua
tomando su forma al romperse también. A veces
ya no escribo para no quemar lo poco que queda acá, pero escribir es un suicidio de fuego que
purifica.
Escribir es
lo de menos, morir para no pensar en el fuego regalado apagado con tibieza. Las
nubes que tapan-soportan-esconden al sol son rostros de esclavos. El fuego
abandona y con su misma bondad castiga.
Somos el dios de un dios y el amor es un empaque naranja y los ojos no ven ni
lloran, todo se mueve con el fuego como espíritu.
Se debe
escribir para generar el fuego una vez que se ha regalado.