miércoles, 28 de agosto de 2013

Ignis.


Ya no escribía porque no había nada que quemar,  los inciensos sin sentido son masturbaciones del alma,  insultos a la memoria, memoria  de un humo espiral que decora los templos cuando se vacían de dios. Los ojos terminan en el suelo. 

El sol  tras las nubes, encima de ellas, dentro.

Las gotas de lluvia son piedras de débil cristal que cortan el suelo cuando mueren. Lo poco que soy a través de una ventana; la calma de la muerte, la cama sujetada al suelo para no volar por las noches sin sueños.
El humo espiral colándose para teñir de cobre las paredes blancas, elegir los huecos o hacerlos sin preguntar si debiera. La cortina que se parece al velo de maya, nube artificial debajo de la luz, que se queme, como todo lo otro se ha de quemar bajo las pestañas del gigante ojos de fuego.

El amor es un empaque naranja que rompen los valientes ignorantes. Metálico por dentro... vacío... como todas las cosas se vacían inversamente.  Es el viento descarado. La muestra de un perfume.

Tenía en sus manos el fuego.

Todos lo regalan, lo visten para que sea humano, le regaló el fuego para que hiciera lo que los valientes, no todos son tontos para ser valientes.

El fuego elige, como los truenos a las nubes y la sangre hierve según el alma, incendia según la fuerza. Mira desde lejos la ciudad hecha polvo luego de su viaje.

El canto se ondula y los colores se avivan  como luz.  El tiempo es un adorno que esclaviza la esencia como la puerta de siete sellos que es empujada rítmicamente sin abrirse como para dar vida a cada pálpito forzado por la natura.

A veces, cuando los vientos golpean y los árboles caen bajo la lluvia, se debe hacer un sacrificio con el fuego que todo  lo ha iniciado. Ser inicio, ser caos también. Los pasos que dejan marca no son los que se ven con los siglos como la voluntad de los dioses cómo símbolos de la virtud. Son en todo caso los culpables de la debilidad del fuego ahora.

Las gotas de lluvia, esas que humedecen los pastos y enfrían las cabezas son el fuego, como los huecos en la pared blanca, como el vaso esperando romperse y el agua tomando su forma al romperse también.  A veces ya no escribo para no quemar lo poco que queda acá,  pero escribir es un suicidio de fuego que purifica. 
Escribir es lo de menos, morir para no pensar en el fuego regalado apagado con tibieza. Las nubes que tapan-soportan-esconden al sol son rostros de esclavos. El fuego abandona y con su misma bondad castiga.  

Somos el dios de un dios y el amor es un empaque naranja y los ojos no ven ni lloran, todo  se mueve con el fuego como espíritu. 



Se debe escribir para generar el fuego una vez que se ha regalado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

las admiradoras secretas deben abundar en tu vida, aún así, prefiero aferrarme, me quedo con la ilusión y pretendo ser la única

David Navarro dijo...

No estoy tan seguro de que abunden, Por lo tanto lo que es más seguro es que sí seas la única y te lo agradezco en todo lo que vale.

Anónimo dijo...

Te he visto y te he leído, ya ganaste un corazón... espero algún día ganar el tuyo.