lunes, 26 de julio de 2010

La ida.


La ligereza de un pan sin levadura,
La paz de un instante de silencio,
Una llamada sin cordura
Y el pecho de un hombre abierto al vacio.

Como la luz clara de los ojos de un dios,
Las trenzas de sus mujeres cayendo doradas.
El grito del cegador de miel
Y la abeja sufriendo por la sequia de sus alas.

Una sorpresa del dragón en la esquina de esa mesa,
El hueco sin proporción de vida a muerte.
Con la esperanza que nos pesa ni estorba,
Igual que sus pasos aliviados por no detener su arte.

El filo de un hilo con la punta de una aguja
Y el romper y unir de dos entes distraídos,
En aguas de hierro vivacidad de luna,
Como una noche que acaba con un inicio del día.

Ciclo cumpliéndose por única ocasión,
Con ignorancia de lo que no se verá,
Desapareciendo con la estética del sueño
Y la inconsciencia de un objeto de metal.

Morder la poca piel que se permite,
Besar la poca miel que se consigue
Y  ser la abeja el dragón y la luna;
Como si el ciclo acabara la noche de hoy.


1 comentario:

Neural Crash dijo...

Desapareciendo con la estética del sueño
Y la inconsciencia de un objeto de metal.

Me quedo con eso...

Dos formas geniales de no-ser tal vez contradictorias pero igual de bellas...