A veces la
forma no importa, da igual si la luz es poca, si los árboles son manchas oscuras
a vista corta y las sombras de los
caminantes se alargan con las leves luces de la luna o de las lámparas colgadas
de las azoteas de casas viejas. Caminar como lavarse la cara, comer, dormir, beber. Es una necesidad más
fuerte, a veces, que esa que algunos se inventan: la de estar con alguien. Se camina lento, como para que cualquiera nos alcance, como
para no cansarnos o no caer; los pasos se aligeran al recorrer el mundo por el
suelo, como midiéndolo para que no desaparezca, como marcándolo para que no sea
de otros como nuestro.
No es
posible caminar con precauciones, porque caminar ya no sería un acto de placer,
sería otra cosa, sería un medio para un fin;
sería andar para llegar a un sitio supuesto, que quizá no exista, que
quizá no sea. Las distancias se acortan
con danza y ritmo, no hay brevedad ni desesperación cuando se baila a pasos despreocupados...
...
¿Escuchas
alguna cosa?
Se dice que si no está roto no hay que arreglarlo.
...
No se pueden
evitar los actos de los otros, porque
son actos puros, sólo los actos propios que no son llevados a cabo son actos
impuros y, por lo tanto, evitables. Parece fácil y conveniente, pero quizá es
más difícil que correr o volar para ser
un hombre de esos que parecen ideales;
los que nunca caminan para no quedarse atrás, los que no disfrutan el trayecto, los que se llenan
de fines y de logros por cumplir. Qué vida tan terrible la de esos hombres que
están condenados, que mueren antes de
morir; quizá tomaría el lugar de alguno
para salvarlo de sus penas, pero no se puede,
son indefensamente puros, corren
por naturaleza, son demasiado buenos para ser libres
de permitirse caminar y ver sus sombras deformarse.
Hay manchas
en la oscuridad que sólo se ven caminando,
las luces del día se vuelven sitios ciegos de noche, uno debe
caminar sin descanso para descubrir el
cambio, después debe ser el cambio mismo
y al final ser, irremediablemente, pies que caminen sin dar pasos evidentes.