jueves, 20 de enero de 2011

Fina Tela.


Cuando basta con cerrar los ojos y ocultar el mundo bajo una cortina rojiza que oscurece y  hace vulnerable a cualquiera, cuando los ojos no quieren ver para no sentirse vistos, cuando la paz de un hombre no es más que el tremendo sonido de lo que no se puede ver, de lo que se deja encerrado fuera. Muchas veces los ojos piden esa oscuridad; como si el alma quisiera estar sola, como si la luz le opacara su brillo.  Debe haber un momento, en el que  este espíritu crudo, se abrace de su almohada pidiendo por una vez; una  gota de sueño, que resbale en sus labios resecos.

No es, como la pureza de un soneto, un dibujo de una mano formando en el viento el cielo de los hombres, algún cielo; el que fuera suficiente para esconder en el vientre la solemne justicia de los inquietos románticos, de los inquietos de Sabines. Es un hombro eclipsando al sol a medias, eclipsando las cortinas, eclipsando  las lámparas de cualquier callejón del centro, del centro de cualquier ciudad.  

Nos queda un beso de vez en cuando, como una mancha de pureza en la fina tela de una vida de esquinas y vueltas, de trampas. Un charquito que se acomoda en  cualquier hueco; como las enredaderas en las cercas y los árboles.  No somos parte de algo en lo que se supone combinamos a la perfección ¿para que hablar del alma entonces? No se miente al alma con los ojos cerrados, pero el alma nos miente con la pura sustancia de la inconciencia. No es que seamos alma, o que el alma nos mire hacia adentro, o que cerremos los ojos para no ver más que lo de adentro. Es quizá; que en el oscuro rincón de la pesadilla de lo que nos queda fuera, los ojos de algún otro, tonto, ciego y torpe como todos, no deje al alma respirar mientras su cuerpo exhala la vida para morir.

Supongo que también hay árboles  a los que sus troncos se les mueren de adentro hacia fuera.

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