lunes, 24 de enero de 2011

Rezo.


Dejas caer las gotitas de agua con sal… Y no se sabe que esperas, algo será necesariamente, algo que viene o que se va ocultando las piezas que le dan la vida. Palabras de viento o de papel, como juguetillos de un hombre sin ideas ni brillo. Ahí está, la más grande de todas las escuelas de todos los hombres escondida en un sótano de iglesia,  de convento o de casa. Fundada en una pila de libros de pasta delgada y hojas casi blancas, editoriales de sed.

Sánchez Dragó habla de Hermes trismegisto en la   televisión española,  dice lo que todos los que saben, aunque sea un poco, dicen.  Todo se pone de colores de pronto y se cambia de nuevo al negro. Todos nos ponemos nombre,  y cruzamos el océano para encontrar algo que nos diga que no somos lo que otros son, como los que se visten de azul para no hacerlo de negro, o los que se visten de negro para no ser ninguna otra cosa.

Se pierde la peculiaridad después entre todos esos que cruzan el océano en busca de detalles culturales. Ya todos son de oriente y/o de occidente,  algunos casi de los dos y todos juntos una misma bola de carne y masa encefálica pensando en postrimerías metafísicas, presentes igual de inciertos y momentáneos, y pasados como reencarnación o pasividad.  Ya después no queda más nada;  pieles, pecados, culpas y toda esa bola de cosas que comparten todos esos que se vacían en nimiedades.

Dejas caer las gotitas de agua con sal… y te recuestas al lado de tu templo, uno que ya te dio y le diste lo que más deseaban ambos, tu alabanza y su conocimiento, tu danza y su luz. Y puede ser que en la televisión española Dragó hable de Hermes Trismegisto mientras en México Niurka y Laura Bozo, se pelean por unos puntos de audiencia; puede ser que ni en oriente ni en occidente exista lo que se esconde en tus breves rezos  nocturnos, y que al final no son más que ese agudo instinto de hablar contigo mismo ocultándote en la imagen de un lejano hombre, al que le crees todo eso que dejó para ti; las pinturas y los textos, la pasión y las leyes.

Por que todo eso que se queda en un libro, en un pedazo de piel o de piedra más viejo que dios, no es más que eso que se supone que no necesitarías conocer, si pudieras por un segundo no solo rozar los callejones de tu templo, si no los que son dibujados por tus propias venas dentro de la piel infinita.

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