viernes, 14 de diciembre de 2012

A quien corresponda


A quien corresponda,

Por las noches porque duermo y la cabeza se me muere, porque ya ni para soñar me sirve. No  me culpes,   me hicieron leer  demasiado como para que mi cerebro funcione sin ayuda externa. Trato de recuperar mis pensamientos porque al final son más efectivos que el cuerpo. Verás, el amor y la lectura son ambas contaminaciones del alma,  te la acaban pues. No digo estas cosas para disculpar mi estupidez, juro que intento exhibirla lo más que puedo porque de alguna manera han de identificarme. Lo que digo es que por las noches si pienso me duermo, de pronto ya no estoy así que se pasa y ya. La cosa es que es dificilísimo sobrevivir las mañanas, porque se sabe que  hay que durar todo el día de pie, además   hay mucho tiempo que sirve para pensar en absolutamente nada. Las horas libres, la hora de comer, el camino al trabajo o la casa, mientras escuchas a alguien el cual su plática te importa un carajo. En fin, escuchas, esperas, caminas, lees y todo eso te hace pensar en la medida del cielo, en el sentido de la música, en el color de las cosas, en el vacío, en lo oculto, en el amor y en las 7 formas de morir dentro del cuerpo mismo.      
Es imposible, la razón es que uno acostumbra muy fácilmente a las cosas buenas, a la buena comida, a la buena bebida, a la buena música y sobre todo a la buena compañía; todas estas cosas no se pueden dejar de pronto, es imposible pasar del Daniels a los tragos amargos que entran y salen amarillos del cuerpo. Pero es que al principio el entendimiento no alcanza... por lo menos no a mí pero, como dije, a mí la cabeza me sirve de poco y ésta es la prueba; aún después de saber no acabo de entenderlo y me esfuerzo porque lo hago hasta para respirar y aún así no llego a comprender. Pero capto la forma aunque el fondo se cuelgue de mis pestañas y se tambalee como  burlándose, como riéndose con la risa que  le enseña la costumbre, la  propia. El entendimiento es un maldito, es una enfermedad no contagiosa.
Justo ayer estaba pensando si las razones por las que uno actúa o deja de actuar en realidad son tan importantes, en decir, si lo que uno dice cuando lo dice o hace cuando le toca vale la pena lo suficiente para mostrar el alma (o anomalía) que a uno le corresponde. Yo no soy lo que hago y con trabajos soy lo que digo o escribo, los crucigramas, la voz que se entrecorta y los retruécanos que llenan los ripios que pongo para no enfermarme, como siempre, de nada valen. Es necesario medir el desperdicio por medio del tiempo que, aunque ilusión, lo dejamos ir como agua entre los dedos, somos lo que edificamos para los otros, así que no soy nada, después de haberlo construido todo para que tus ojos  lo vieran crecer y morir antes de lo pensado.  Yo pienso de esa manera porque en primavera me vuelvo un poco lento y a veces no se me quita hasta el otoño, para las épocas navideñas estoy lo suficientemente acabado como para festejar.  Por suerte esos días no tienen mañanas, son largas noches frías para dormir luego de beber. Así que no me asusto, quizá  lo digo con más fe que los rezos que te escuchaba; pero pienso que los días oscuros en los que el otoño se convierte en el hielo que inicia el ciclo de un nuevo dolor han de venir ya sin la desesperanza de soportar las horas de un día nuevo pensando en lo terrible que es no ser quien calle la gota que cae del lado derecho de la cama que te carga al dormir...
La mosca que maté en la cocina por la mañana fue la misma que durmió bajo tus manos por la noche. Así es como pasa por las mañanas el pensamiento; como un periódico que golpea la frente hasta caer dormido muchas horas después.
Como dije: acá por las noches no, pero por las mañanas no hay manera de evitarlo. Por las noches porque duermo y olvido, pero las mañanas son largas y huelen a espacios vacíos.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

No despiertes, Aurora.


No despiertes,  Aurora, si despiertas moriré yo de no verte dormir. Si no te beso, Aurora, es porque no merezco ser yo quien te despierte ni quien creas que merece la mitad de tu vida a su lado.
Aurora, si  despiertas y soy yo a quien ven primero tus ojos convéncelos de que no han visto nada y vuelve a dormir.  Las marcas más personales de una vida se pierden, Aurora, no soy lo que fui y no puedo llegar a ser lo que no he sido.
Estoy cansado, soy como un niño temeroso que se esconde en la oscuridad de tus sábanas. De qué color serán, Aurora, tus ojos al abrirse tus párpados desmaquillados y relajados  ¿serán oscuros o claros, Aurora?
Dormida no me escuchas, estás escondida en tu cuerpo ¿Dónde más podrías esconderte de los otros, Aurora, si no en tu cuerpo mismo? No te escondas de todos, Aurora, pero sí de mí que nada valgo y poco tengo. No me culpes si pensabas que era yo quien te mostraría la mañana pero es que te he amado tanto esta noche, Aurora, que quizá ya no valga el amor que me queda para dártelo cuando te despierte con el último beso nocturno.  
No había visto, quién sabe desde cuándo, que los ojos cerrados también se colorean desde adentro cuando las pestañas sellan el alma de los ángeles. Si sellas tu alma para siempre, Aurora, y me das tu respiración callada para vivir del mismo viento quizá estar a tus pies sea el cielo mismo de nosotros los que no sabemos más que verte y verte dormir.
Si te esconderás para siempre en tu cuerpo y dejas que el mío se recueste como ahora al lado, por favor no despiertes mientras duermo, Aurora,  o simplemente no despiertes; porque luego de ponerte tan cerca que parecías dentro y que tu respiración era el accesorio que colgaba de mi cuello junto a la mano de Fátima cansada,  no necesito más que saberte ahí dormida luego de escucharte nombrarme en dos palabras que no he de poder igualar con mi voz ya poseída por  tus pensamientos.
Sí vas dormir así, Aurora, que el corazón en bandeja que te has de llevar a los sueños sirva como accesorio para ti, para que lo cuelgues de tu pecho o lo coloques en lugar del tuyo... El mero silencio de mi vigilia es la mano de dios que dibujó el palacio de tu piel en la que por momentos descanso para encontrar tu alma. Aurora, eres pausa que hace descansar el universo mientras se agita el dios que  encierran tus pestañas.

martes, 13 de noviembre de 2012

El último día del invierno.


Puedes mirar la orilla de los ojos del hombre,  ponerlos cerca de los ojos de una mujer  y escribirles de manera compartida las sensaciones que desconocen entre sí. Puedes dejar que se acaricien, que se besen los oídos con lo superficial de los labios mientras cuentas las descargas interminables que  se disparan de piel a piel.  El ser de ambos es uno y se muestra o se esconde a placer, placeres...
Lo que se extraña cada momento, incluso cuando se está cerca, es la simpleza del derroche, la cercanía; lo que se tiene cada que se quiere y se desprecia solamente con especificidades. Dejar de escribir por la falta necesidad es una sensación reemplazable, sólo se deja de escribir cuando deja de ser necesario o fundamental.  Qué difícil es empezar, escribir de ojo  a ojo con la cara tejida al alma y con la imposibilidad de cambiarla con fe, con paciencia o distancia. Es cierto que los reemplazos son prescindibles que uno siempre regresa al origen que evita el mal. Dejar de escribir porque la otredad ha sustituido el valor del desahogo en letras es una cuestión de mera actitud, de necesidad  involuntaria, de golpes no elegidos que han de marcarte con fuego y sangre.
Te enamoras el primer día de la primavera esperando que dure por lo menos hasta el último día del invierno. Todos somos seres de una sola estación, traicionas al otoño  y a su llegada te cobra con el golpe mismo que le has dado. No puedes esperar que sea de otra manera, aquel que vive libre paga por él y por los otros. Siempre hay otros, muchos, tantos que ha de ser interminable contarlos y contarles lo que debieran saber.
Es cierto que lo que se extraña,  generalmente, es la superficie del cuerpo;  es lo inmediato lo que da forma  al fondo,  es lo humano.  No eres humano, a veces,  no siempre eres tan humano para ser un canalla ni tan canalla para entrar en las normalidades. Es cierto que podrías escribir toda la vida con el dolor de una punzada que entre más pequeña más duele en el alma, es cierto que lo harías con el placer muy parecido en valía al tamaño del dolor; pero estoy seguro justo ahora mientras tú eres este que pone las letras que dejarías de escribir nuevamente por llegar, como parecía que llegarías, al último día del invierno para que comenzara irremediablemente la primavera. 

viernes, 10 de agosto de 2012

Tierra de nadie. (fragmento)


Lo numerable es una medida innecesaria, no tiene fin, por lo tanto no tiene razón de existir. Los patrones son los límites de la existencia, uno es lo que le permiten sus límites y no hay discusión en eso. Las cosas no cambian, si un acto nuevo es sorpresivo no es más que la ignorancia de la posibilidad de hacerlo. No somos infinitos ni renovables; un montón de sintonías que regulan las posibilidades de lograr, de llegar, de conocer algo o a alguien son el mero motor de la existencia.   No hay razones para nada, todo lo que está escrito en el caos es posible que suceda sin  necesidad de personajes o estados mentales. La iluminación, el epojé o el orgasmo son situaciones repartidas por el mundo como piedras o polvo.  Incluso el más imbécil arroja la piedra del pecado y también el más brillante se tropieza con la piedra que apenas se  sostiene a sí misma.  Los actos de uno u otro son los mismos pero el espíritu que los conforma se despliega de distinta manera en cada uno,  el texto de uno es la lectura de otro y el fin es el mismo.
Volteas y  miras el mueble que sostiene los libros y no hay nada ahí, y recuerdas todo lo anterior y justificas cada una de tus equivocaciones numerando los libros que exaltan su nombre para que los veas. Cada libro es un error, cada línea un pequeño pecado, un cambio; te escriben para que cambies, y tu cambias el libro cuando lo lees para que ninguno se quede siendo lo que es. No consigues nada porque no estás al ritmo de los otros, no eres el que se renueva ni existes para creerte, tú mismo, que podrías estar en algún sitio. Hay que ser un canalla para mentir, para escribir el montón de cosas que hay que leer, a mí nadie me dijo que lo hiciera, pero ése es un error definitivamente mío; no debí esperarlo  como un regalo sino como una advertencia de muerte: “Hay que morir, David,  ser  un muerto” lo hubiera entendido desde los 3 pero entonces estaba ocupado no escuchando, ni siquiera hablando ¿para qué hablaría  sin tener nada que decir?  Mi madre nunca me dijo que tenía que hablar aunque de mi boca no saliera nada.  Así que aprendí a no decir más que lo que me era posible de entender y lo que podría ayudarme a sobrevivir, sobrevivir sin morir.  
A mí me hicieron genuino. Entonces decidí cambiarlo, dejé de ser el que está dondequiera que un par de piernas lo permita, y lo escribía todo en mi memoria que, como castigo, no olvida nada: lo sembré y creció y era eso y no otra cosa lo que se había convertido en mi sustancia.  Pero decides cambiarlo y ves en un crucigrama la vía y puedes ponerle todas las respuestas posibles pero siempre habrá palabras inconclusas como muestra de que el crucigrama no responde, no le importas un carajo y puedes inventarle las palabras más exactas y complejas y no existirás nunca.  Pero ese, otra vez, es tu error y lo pagas; aceptas el ingenio tortuoso  como moneda cambio y como vía. Le sonríes y le haces el amor para que no le diga a nadie que no existes y es un hecho que lo hará.
Puedes golpear el cielo, me dijo, pero no lo alcanzo y no lo entiendo, así que no digo nada para que los tragos amargos se fermenten.  Llegará en unas semanas, David,  ese nombre que te dará la capacidad. Y todavía pregunto si cabe en el crucigrama. No importa porque el crucigrama sólo es la muestra de que lo ideal es no cambiar, no excederse  ¿sí ser uno mismo es un problema en el mundo para qué escribirme mentiras en los ojos si cuando los cierre no habrá manera de leerlas desde adentro?  Tampoco debería preguntar.
Las cosas numerables, las que se ven y no, son el pretexto que tienen los otros para conseguir  lo que no necesitan para ellos sino como requisito del mundo.
Guárdenme un pedazo en tierra de nadie. 

martes, 3 de abril de 2012

Cielos de media luz.


Si no fuera el cielo, ese de arriba que  nos mira, 
los ojos del  suelo nos mentirían a cada mirada
Si no nos miran las nubes desde arriba  
¿Qué se dicen entre ellas para ponerse a llorar?
Si lo poco que queda  es la mano y los brazos,
si el viento se hace frío cuando golpea la ventana
y se queja de no poder entrar.
¿qué otra cosa, mujer, que atestigüe lo poco que somos
cuando esto que parecemos se vuelve una cosa infinita
entre palabras y  gestos, entre golpes gentiles
y besos escondidos en el silencio de una mirada casi ciega?
No diré nada, porque no sé decir nada,
mis palabras se acortan con la voz de tus labios,
 mi pensamiento se nubla como las tardes bajo de los árboles. 
No te mentiría, no diría, nunca;
que soy otra cosa que la que ves de tarde en tarde
peleándose con su propia sombra para no ser un cuento penoso.
Las miradas son cosa de contrastes, de luces, ni siquiera colores;
las miradas son dibujos instantáneos de momentos,
deseos de momentos, monumentos de momentos;
 por eso hago un monumento de tu piel cada que la veo,
por eso dibujo el cielo en el techo y el suelo en mi espalda.  
Porque no soy otra cosa que el momento,
que lo que se va más tarde,
lo que estará lejos, después, lo que no estará luego.
 Y si el cielo tuyo o el mío o el de otros es el único que ve
que somos lo que somos sólo cuando lo parecemos,
 entonces le hago un monumento al cielo de los cielos
y al viento que rebota en la ventana
por mirar lo que hago para llegar a ser  el viento mismo de las ventanas
que roza el cielo cuando yo no, y que besa el suelo cuando yo no.

lunes, 2 de abril de 2012

Carta a Yayo, que está en todos lados.


Para Sagrario, ahora que está más cerca.
Había yo jurado que te comerías el mundo mientras los demás dormíamos horas extras,  mientras tus papás te cuidaban como a su niña y tus tías te preparaban una fiesta, imaginaba a tu abuela cocinando para todos, para celebrarte alguna cosa que sólo tú podrías lograr. Ay niña, tan  tranquila, sonriente, la más inteligente de tu mundo y seguramente la más feliz de todas.  Nos dejaste con el desconsuelo de ser lo que nunca fuimos  y de no poder ser nunca lo que fuiste tú.
Pero no eres, Yayo, lo que fuiste antes, hoy eres lagrimas, inciensos y flores, mañana serás tristeza  y después serás el aire y las hojas que caen en el otoño  y se levantan en primavera para festejar la cercanía del sol, serás la música de la naturaleza que ya es toda tuya como los corazones que dejaste  solitarios por momentos; ahora que todo es tuyo, linda, qué cosa les dejaste a los otros, a los que no pueden resignarse a vivir sin ti, debes decirle, por lo menos a tu madre,  que no decidiste tú estar  tan cerca de la tierra; que no decidiste, tú,  unirte a todas las cosas que el mundo guarda misteriosamente. O dile lo contrario, niña, que te cansaste de lo violento de la vida, que elegiste, aunque mucho nos pese, despegarte de la pobreza de la existencia, pero dile algo para que  no crea que la dejaste con mala fe,  que no sabes hasta cuando, ella, va esperar tu regreso.
Yo no discuto tu partida,  entiendo que la muerte no es muerte, que lo tuyo fue un cambio que nada tiene que ver con dejar de estar acá. Envidio tu estado, Yayo, porque no eres una sola cosa sabiéndose muchas eres, más bien, todas las cosas sabiéndose una. Cada rosa en los jardines y cada nube de los cielos,  cada lago y cada pez dentro del agua, el rojo del atardecer y el verde de los pastos, la melodía en la canción de un ave y la voz de los cantos enamorados,  el perfume de los bosques y la esencia tranquila de la llovizna. Como todas las cosas están llenas del aura que irradias, es posible abrazarte en cada acto de los días, es posible que tu sonrisa sea la misma que un hueco azul entre dos nubes grises y que tu mirada se la del rayo de luz que llega del sol mientras  la sombra de los montes nos cobijan.
Perdóname a mí, yayo, por no escribirte cuando podías leerlo con tu propia voz, pero es que prefería  ver tu sonrisa interminable  que arruinarla escribiendo algo que, como este mismo texto, no se compara con la belleza de tu alma.
David Navarro

miércoles, 28 de marzo de 2012

Las Nuevas Luces.


Las nuevas luces de esta calle le dan un tono  tétrico al lugar, son casi blancas o azules.  Recuerdo la poca luz de antes,  las noches eran relativamente secas y deformes, la noche debe ser oscura,  con luz tenue si es que existe alguna;  aquella luz de antes hacía las noches amarillas y falsas. Llegar de noche ahora es notar todo lo que perdí antes. Julián recargado en el poste, fumando,  escribiendo canciones en su cabeza para la chica que le hace pensar en eternidades, se acomoda el cabello de lado a cada segundo y sueña despierto memorias de hace apenas unos minutos.  En la ventana anterior al poste puede presentirse a Omar escribiéndole rimas a las mujeres que le han dejado, soñando con grabarlas en rap o por lo menos con transmitir el sentimiento que él cree tener en su corazón de espuma.  
Seguir caminando en esa calle hasta mi casa es una silenciosa calma,  la luz se va acabando al llegar a la puerta. Mi casa siempre ha sido oscura, sin lámparas afuera, los arboles cubren el frente y la enredadera limita la vista que podría colarse por los huecos de la barda. Parece una mancha en el cuadro, parece una nube  negra y, al entrar, parece una cueva y no a una casa.  Ya dentro es una cosa común, silenciosa como todo hogar oscuro. Javier dormido  soñando con la que se le escapó de la vida sin razón aparente, creyendo en todo lo que puede, mientras duerme, para verla a los ojos una vez más.
Me siento  y enciendo el ordenador mientras veo como se pasea una araña por el borde de la pantalla, ni siquiera me asusta, no digo, ni siento, ni pienso nada.  La hoja inmaterial se queda en blanco por unos minutos,  y me encuentro un cigarro doblado en la bolsa, lo enderezo y  salgo a la calle a fumarlo; veo las luces y pienso que  el lugar se pone tétrico con ese tono.  Dejo el cigarro a medias, lo tiro. Regreso a la silla y comienzo a escribir sobre las luces y la noche tenue.  Paro enseguida y aún luego de las teclas se oye el reloj marcando un tiempo que desconozco, el sonido del reloj es el corazón de la casa, late más que el mío pero seguro no siente tanto. Me salgo de nuevo para no escucharlo y comienzan a sonar los carros a lo lejos; cuento quince, ninguno se dirige a mí y no los culpo no hay nada acá y me escondo de ellos. Veo las luces, la calle vacía y sonrío, me agrada la noche como es ahora...Regreso, me siento de nuevo, me entristecen las imágenes  de la pared  y me doy cuenta de pronto: todo cambia de perspectiva luego de que miras a los ojos al cielo y le besas el alma como nadando en mar. 

lunes, 5 de marzo de 2012

El Ciclo Caótico.


El círculo es así, querida,  un caos sin desperfectos, si comienza o termina no es problema,  no hay inicio en el tiempo, querida, porque el tiempo nada sabe de comienzos.
Hay momentos tan llenos de muerte que parecen finales partidos, parecen continuaciones próximas, pero no son nada. Querida, tú te vas y no regresas y no significa un comienzo. Tampoco quiero decir que no importa que pasen los días y yo sigo acá igual que antes como siempre; con los miedos mismos que me conociste aunque la cara distinta y los ojos cansados.  Que soy más viejo, querida, pues es que no puedo detener la muerte, es que no puedo elegir quedarme como estoy, al menos no en esta vida y quizá en la próxima haya menos cosas que elegir.
Había pensado que en la muerte había más vida que acá,  había pensado que no hay razones suficientes para pensar en postrimerías y no he cambiado nada; sigo sin creer que puedo creerle a muchos sus historias y sigo sin creer que puedan creerme las mías. No es que mienta siempre, es que en ocasiones las verdades son muy  extrañas, ridículas, más cuando se trata de mí. Yo les digo, querida, que a veces no hay maneras de entender  a los otros lo suficiente como para conocerlos,  yo sólo tengo vieja el alma, no sé nada todavía, no sé de otros, no les creo y no me creen; no los conozco.  He preferido estos últimos años no ocasionarle conflictos a nadie y quedarme callado, decir poco para no interferir con las ideas de nadie; ni siquiera hablo para los faltos de ideas que cada vez son más y sirven menos, en la vida sólo hay justicia para le gente tibia, y a los fríos o calientes nos toca pagar la moneda de aquellos; no merecemos esto, no merecemos nada, los que no somos no deberíamos tener o no tener, deberíamos no necesitar. Por eso te digo, querida, no me culpes si parece que no quiero nada, es que soy justo conmigo y no merezco lo que me dan, no doy nada porque nada valgo y nada pago, porque nada le doy al mundo para que me devuelva tanto placer como dolor, es que no merezco ninguna de las dos cosas.
La vida rompe sus leyes, querida, tú misma te rompes a ti misma cada vez: cuando te interpretas en la cabeza de otros   –¿no es eso una tortura?Es que no estás tan liberada como el mar, es que yo tampoco, es que ya no hacemos lo que nos da la gana, querida, es que se nos arrugo el alma antes que el cuerpo, tonta. Un Día decidí  que no eras importante y lo creíste y a veces yo también,  pero es que son chistes de mal humor, querida, son chistes para adultos –¿Es que no conoces eso? ¿es que eres una niña que se la ha pasado envejeciéndome para no crecer?   Ni yo crezco y tú no me matas,  no será un suicidio, querida, tú sigues acá de cualquier modo, el nombre mío no se compara con el tuyo, el mío ni siquiera es un nombre, sólo lo parece.
El círculo es así, querida, y todo el tiempo está dando las vueltas que debe, no da para más; es como tú que estás acá sólo siendo como las cosas de adorno de algún ser que se esconde de nuestra vista en nuestros propios párpados burlándose.  No hay buenos deseos acá, ni yo los tengo para otros ni los otros para mí y eso equilibra los intercambios, no hay importancia en el poder dar o el recibir, nadie da nada sin recibir, dicen, pero hay quién da más sin pensar en la retribución y esa no es gente de fiar, querida, la gente que no pide es gente que hace sentir culpable a los otros –¿no has querido regresar el tiempo para no aceptar eso por lo que no pagaste? –Desde ahora te aviso, querida, que si me has de regalar algo regálame tu ausencia para recordarte, por lo menos, cada ciclo que la perfección distraiga al caos y lo regenere. La ausencia es siempre un regalo que se paga por sí solo. 

lunes, 27 de febrero de 2012

A nadie le digo. Gota.


I
Es cierto, a nadie le digo:
que sigues siendo la gota delgada
que cuelga del grifo cada noche callada;
 tampoco que duermo mientras te escucho
 y que despierto abruptamente si dejas de sonar.
Es cierto, a nadie le digo:
pero estoy seguro que esa cicatriz parecida a un lunar
está acá desde hace dos noviembres 
cuando decidiste desaparecer de las madrugadas frías;
a nadie le dije, tampoco,
que seguro esos cielos escondían más estrellas
 y que algunas se tatuaban en tus manos.
Es cierto, a nadie le digo:
que el día que te fuiste
fue el mismo día que decidí  
convertirme en otra cosa,
que luego de ese día pensaba
convertirme en suficiente;
si no para ti, yo,
por lo menos para que uno de mis textos ocasionales
fuera lo mínimamente capaz de representarte,
aún cuando a nadie le diga:
que las letras pueden superarlo todo
menos la repetitiva imagen, pura y religiosa 
de la gota descolgándose del grifo.

II
Que callera del grifo le pedía, 
y por más que arrojado le gritaba
con tal fuerza que al alma no cabía
la gota tonta, necia se negaba.

Cuando  terminase, ella, moriría,
igual que todo lo que escrito estaba,
el pasado que ya no dolería 
y el futuro que yo muerto esperaba.

Gota, cae, que sin ti no viviría.
Por más fuerte que al grifo le pegaba
ni la sombra de la gota caería;

sólo ir a la cama, triste, bastaba:
al aceptar que mi gota perdería
del grifo la gotera comenzaba.

jueves, 12 de enero de 2012

Uno camina, nada más.



A veces la forma no importa, da igual si la luz es poca, si los árboles son manchas oscuras a vista corta y  las sombras de los caminantes se alargan con las leves luces de la luna o de las lámparas colgadas de las azoteas de  casas viejas.  Caminar como lavarse la cara,  comer, dormir, beber. Es una necesidad más fuerte, a veces, que esa que algunos se inventan: la de estar con alguien.  Se camina lento,  como para que cualquiera nos alcance, como para no cansarnos o no caer; los pasos se aligeran al recorrer el mundo por el suelo, como midiéndolo para que no desaparezca, como marcándolo para que no sea de otros como nuestro.
No es posible caminar con precauciones, porque caminar ya no sería un acto de placer, sería otra cosa, sería un medio para un fin;  sería andar para llegar a un sitio supuesto, que quizá no exista, que quizá no sea.  Las distancias se acortan con danza y ritmo, no hay brevedad ni desesperación cuando se baila a pasos despreocupados...

...
¿Escuchas alguna cosa? 
Se dice que si no está roto no hay que arreglarlo. 
...

No se pueden evitar los actos de los otros,  porque son actos puros, sólo los actos propios que no son llevados a cabo son actos impuros y, por lo tanto, evitables. Parece fácil y conveniente, pero quizá es más difícil  que correr o volar para ser un  hombre de esos que parecen ideales; los que nunca caminan para no quedarse atrás, los que  no disfrutan el trayecto, los que se llenan de fines y de logros por cumplir. Qué vida tan terrible la de esos hombres que están condenados,  que mueren antes de morir; quizá  tomaría el lugar de alguno para salvarlo de sus penas, pero no se puede,  son  indefensamente puros, corren por naturaleza, son demasiado buenos para ser  libres  de permitirse caminar y ver sus sombras deformarse.
Hay manchas en la oscuridad que sólo se ven caminando,  las luces del día se vuelven sitios ciegos de noche, uno debe caminar  sin descanso para descubrir el cambio,  después debe ser el cambio mismo y al final  ser, irremediablemente,  pies que caminen sin dar pasos evidentes. 

jueves, 5 de enero de 2012

De eyacular.


Evito el orgasmo
de todas las maneras posibles, 
lo sostengo con el aire,
lo abanico,
lo empujo hacia atrás exhalando  
y camino siempre de frente al sol
para que el calor sea costumbre.

No es cuestión de actitud o de ego,
ni  exalto mi recuerdo cada vez
que cae de mí lo único que tengo;
como pieza de pecado se libera
un instante en santidad que el cielo pena.

Y no le temo a vaciarme,
no veo el mal en un vientre mojado,
invadido  de otro,
tampoco me molestan las nalgas en llovizna,
ni los pechos manchados 
o que me beban desde el alma
como bebiendo vida de la botella de dios.

Puedo exprimirme a mi mismo
sobre los labios de quien lo pida 
o permito que alguna me seque…
Pero es que prefiero no hacerlo,
mejor paseo en el camino de quien sea 
y  me baño sin  ser yo el manantial.

Podría convertirme en otra cosa,
ser yo una fuerza desmedida,  
golpear mientras beso,
alimentarme de mí al desaparecer
comenzando de nuevo… después.

Pero incluso
luego de conseguir lo que no busco, 
luego de ser una memoria,
una sonrisa prolongada,
el brillo de unos ojos
y la paz  en la desesperación…
prefiero no hacer mi parte en el fin
y quedarme, yo,
con lo que debiera dejar en comisuras.

Hace tiempo que eyacular
me hace tan inmensamente triste
que al hacerlo olvido que a alguien más
le parece una bendición instantánea.
Y no queda más que hacer del camino la bendición
para que el final no sea necesario.